Sep
La reina de corazones
3 comentarios¿A qué se debe el duelo por la reina de Inglaterra? ¿Por qué tanta gente que no la conocía más que como un elemento televisivo o como parte de un imaginario colectivo se echa a llorar en cuanto le pregunta un periodista? Es curioso. No la quieren, o no especialmente; no la conocen, o no más que por la prensa; no tienen una especial intimidad con ella... y sin embargo la lloran. Es obvio que no se trata de un duelo profundo, doloroso y “purificador” como el que cuenta C. S. Lewis en Una pena en observación. Pero es duelo, al fin y al cabo. De hecho, esta mañana me he tragado los cañonazos londineses a modo de muestra de respeto, que es un modo de quitarse el sombrero a distancia. Y eso viene de la mano con el silencio. Los comentaristas de la televisión española, sin embargo, no callaron ni un solo minuto de los cañonazos, contando nimiedades para llenar un tiempo que consideraban vacío, cuando era, precisamente, un tiempo lleno por sí mismo, en el que solo hay que estar. Porque a veces, sí, en el tiempo se es y se está. Sin más.
No hace mucho, leí un texto que consideraba que la clave del asunto es que nuestra identidad práctica –quiénes somos desde el punto de vista de aquello con lo que nos comprometeremos en la vida– está constituida por muchas personas con las que mantenemos relaciones de distintos tipos. Sus muertes descolocan nuestras autobiografías de algún modo, aunque sean artistas o figuras públicas con las que no tenemos trato personal. Pero, en parte, nuestra identidad está conformada con la relación más o menos real o simbólica que mantenemos con ellos. Y esta relación cambia con su muerte. En el fondo hay un elemento muy personal en el duelo, que implica una redefinición de quiénes somos a partir de este juego de relaciones. Lo decía Platón respecto a Sócrates: "a mí también y contra mi voluntad, caíanme las lágrimas a raudales, de tal manera que, cubriéndome el rostro, lloré por mí mismo, pues ciertamente no era por aquel por quien lloraba, sino por mi propia desventura, al haber sido privado de tal amigo”. Cada pérdida, real o simbólica, nos obliga a repensar nuestra propia identidad. Quizá por eso llora tanta gente.