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Lecturas y lectores
1 comentariosTodo en esta vida tiene casi tantas lecturas como lectores. Esta tarde me pasé por el edificio Wanamaker, que actualmente ocupan unos grandes almacenes, famosos en todo el país, que, por suerte, han conservado el gigantesco órgano que en su día colocó allí el fundador del edificio, para, digamos, socializar la cultura. Así, mientras uno hace su compra, en determinados momentos del día puede escuchar a un organista tocando en ese imponente instrumento a Bach, Haendel, Lefebure-Wely y qué sé yo qué más, dependiendo, claro, de quién lo taña. A mí me fascina la idea, mas acepto que algunos considerarán que es una banalización terrible de la música. Dos lecturas perfectamente posibles. Pues bien, de esto era consciente el otro día cuando, caída la noche, paseaba por la quinta avenida de Nueva York. Dato: todas las iglesias de esa exclusiva calle (que son muchas) acogían en sus pórticos a los sin techo que pasaban la noche allá, mientras que los vestíbulos de las grandes y exclusivas firmas que tienen allí presencia estaban fuertemente protegidos por guardias que impedían el más mínimo intento siquiera de pensar cobijarse allá. Uno puede decir: en la quinta avenida, los sin techo sólo pueden pasar la noche en los pórticos de las iglesias, que es de donde no los van a echar. Otro dirá: deberían abrir las iglesias para que durmiesen en su interior. Y un tercero: las iglesias no deberían estar en esas calles, y un cuarto, y un quinto… Yo me quedé en la primera (con toda la ingenuidad que eso pueda suponer), he de confesarlo, al igual que me quedé en la primera tesis de ese argumento cuasi-cornuto que se me pasaba por la cabeza al escuchar al organista mientras la gente se probaba sus botas nuevas.