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Lo pseudo
2 comentariosSiempre me ha llamado la atención cómo algunos filósofos desdeñan las preguntas más puramente filosóficas como pseudo-preguntas, es decir, como frases que tienen la forma de pregunta pero que, en realidad, no lo son, porque no admiten respuesta. Así, al que las hace le acusan de “pseudo-algo” y con un ademán despectivo envían la pregunta al cesto de la ropa sucia. Pero la ropa sucia hay que lavarla, si no acaba gritando desde su canasta. A veces comento este asunto a los alumnos que están despistados estudiando cosas en filosofía que les asemejan a gramáticos, ingenieros lingüísticos o estudiantes de estructuras de conocimiento… para que lo comparen con aquello a lo que piensan sus amigos que dedican su tiempo al entregarse a la filosofía, es decir, reflexiones sobre quiénes somos, a dónde vamos, si tiene sentido la vida, si existe Dios, si tiene sentido obrar de un modo u otro, etc. Estas cuestiones no aparecen más que tangencialmente, si hay suerte.
Una de las preguntas que más suelen despreciarse con un sofisma barato es aquella que inquiere por qué estamos aquí. Siempre hay alguien que dice, en un razonamiento circular, que si la vida no hubiese ocurrido no estaríamos aquí para preguntarnos por ella, por lo que lo que nos parece una enorme casualidad o un milagro, según quien lo interprete, se reduce a algo así como un dato sobre el que no cabe preguntarse. Thomas Nagel, en su obra La mente y el cosmos, señala que no tiene sentido la observación de que si la vida no hubiera ocurrido no estaríamos aquí para preguntarnos por ella. Para él, no se muestra que algo no requiere explicación señalando que es condición de la existencia de uno. “Si pido una explicación del hecho de que el aire esté presurizado al nivel del mar en un avión transcontinental, no es respuesta señalar que si no lo estuviera estaríamos muertos”. Queda el porqué (y el para qué). Sin embargo, esa causa final, formal, ha quedado abandonada en la filosofía y en el pensamiento en general, que solo acepta causas eficientes. Aun así, uno tiene derecho a seguir preguntando y preguntándose y huyendo de aquellos que le dicen que las preguntas más fundamentales son pseudo-preguntas. Cuando lo real queda catalogado como pseudo-real, es lo realmente “pseudo” lo que ocupa su lugar.