May
Lo que se vende es el cartel
1 comentariosSin haberla buscado, me he encontrado con una frase brillante de S. Kierkegaard: “A menudo las sentencias de los filósofos sobre la realidad son tan engañosas como la lectura del cartel en el anticuario: «Aquí se plancha». Uno lleva su ropa y se da cuenta de su error: lo que se vende es el cartel”. Esa misma sensación la tengo con filósofos, escritores, articulistas, gente que escribe blogs, quien sube sus cosas a facebook, quien pía (que eso significa tweet), las personas que van hablando a gritos por la calle…. En todos los casos parece que unos y otros tratan de que se los oiga, en un mundo de voces desaforadas donde cada vez es más difícil hacerse escuchar. Quizá se deba esta vorágine palabrera a la convicción de que las voces, en el fondo, no son nada (porque hace mucho que desconfiamos de la palabra como referida a algo real, y de eso tienen mucha culpa también los filósofos). En esa logomaquia que nunca puede detenerse, porque no hay punto de detención posible, no hay nada “real” que dé sustento y soporte a la palabra (qué útil sería volver a recuperar la intuición de Tomás de Aquino y de otros de que las palabras siempre están por las cosas), hemos optado por vendernos a nosotros mismos, el cartel en el que se dicen ciertas cosas. Y así, nos convertimos en cadena de transmisión de lo que se lleva, lo que se hace, lo que toca. Lo que se vende es el cartel, en el que puede escribirse lo que se quiera (el Rosario y Harry Potter en la misma línea, no importa). Lo que se vende es aquello sobre lo que se escriben los mensajes y los eslóganes. Es un estilo de vida. En el fondo los vendidos somos nosotros.