Oct
Lo viejo y lo antiguo
4 comentariosTodos los días, en la emisora de radio con la que me despierto, ponen un horrible anuncio de una joyería. Es horrendo por repetitivo, chillón y no sé cuántas cosas más. Pero no me voy a centrar en el modo ni la forma (aunque precisamente, el que sea tan espantoso hace que quede clavado en la memoria), sino en un breve truco lingüístico que me llama la atención. En este anuncio se nos dice que, si uno quiere, puede comprar joyas “antiguas” o cambiar sus joyas “viejas” por otras nuevas. No sé cuál es el límite temporal que divide lo antiguo y lo viejo, pero sí es claro que lo antiguo parece, en el mundo del ornato y de los bienes conspicuos, más valioso que lo viejo. El lenguaje, claro, no es neutral, y eso lo saben bien los vendedores, publicistas y mercaderes. También lo sabían los que, en el mundo antiguo, se pegaban por precisar el lenguaje para decir lo que, teológicamente, querían decir. Sabían, seguramente, que, como decía el Aquinate, detrás de las palabras está la cosa, por eso trataban de ser precisos en el uso. Hoy pensamos que detrás del lenguaje sólo hay más lenguaje y así ad infinitum. ¿Será realmente así? A veces, cuando escucho algunas homilías, me parece que, por una parte, se ha perdido la idea de que las palabras son importantes, y, por otra, que efectivamente tiene que haber algo que dé sustento más allá de las palabras, porque el lenguaje se nos ha quedado viejo, pero no ha llegado a ser antiguo. Y, sin embargo, lo que narra es algo siempre nuevo. ¿No lo notamos?