Estaba leyendo uno de esos suplementos culturetas y me he encontrado con una exaltación de un tipo de películas (que a mí me gustan) y que hace unos años no hubieran pasado de la calificación de deplorable, horrible, insultante, etc. etc. Gustavo Bueno hablaba por ahí del mito de la cultura. Y es bien cierto que es un mito, pero no en el sentido de constituyente de un modo de vida, sino en el de diosecillo al que venerar (y que no nos proporciona más que sumisiones, sin esperanzas ni bienes algunos). La idea de que la cultura es, bien lo que Hegel llamaba el espíritu objetivo, bien lo que sus coetáneos llamaban la “formación” (Bildung, para los que sean de la Renania) ha desaparecido del panorama. Cultura es lo que nos dicen los suplementos culturetas. Y ahora resulta que ¡puedo ver esas películas que antes me estaban prohibidas! ¡Qué alivio! Resulta que estos mismos gestores escarban la historia occidental para demostrar las miserias que la religión cristiana alberga (que son muchas, como cada uno de nosotros, qué le vamos a hacer), mas no ven nunca la viga en el propio ojo, en ese juego dogmático (¡ah, los antimetafísicos que generan sus dogmas sin metafísica) que se imposibilita para reconocer lo “otro” o, por qué no, lo “Otro”. Buscando liberarse, me da la impresión de que los hombres nos vamos atando más. Nos cargamos a Dios (supongo que en nuestras esperanzas, deseos e intenciones, que tampoco somos tanta cosa para ponerle en un brete) y, hala, a ponernos yugos y a absolutizar lo contingente. Supongo que quien no lo haya vivido no lo creerá, pero el cristianismo es un ámbito de libertad insuperable. No tienen por qué creerme, mas puedo asegurar que libera de los absolutos (con minusculillas).
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.