Mientras el ordenador arranca y pone en ejecución todos los programas que necesita para su buen funcionamiento, aprovecho para leer los Diarios secretos de Wittgenstein. Cuando me canso de escribir o de leer, refresco la mente con otro repasillo a los mismos. Aunque ese título dé a entender otra cosa, son los diarios que Wittgenstein escribió mientras estaba destinado en un barco austríaco, como soldado enla I GuerraMundial, Vístula arriba y Vístula abajo. Aparte de contarnos sus cuitas con el resto de la tripulación y de andar persiguiendo algunos problemas filosóficos cuya solución considera que le ronda, manifiesta una actitud que no cabe calificar sino de espiritual. Buena parte de sus entradas terminan con invocaciones tales como “Dios esté conmigo”, “el Espíritu me asista”, “que Dios me proteja” y cosas semejantes que no consigo ver cómo pueden reducirse a otra cosa que lo que son, a saber, no una expresión de temor, no una actitud emotiva, sino fundamentalmente una apertura a una confianza básica que a uno le constituye, con la que “casi” nace o con la que, en un determinado momento de la vida, se encuentra. Es bien sabido que Wittgenstein es uno de los filósofos más reputados del siglo XX, en el que lo místico y lo espiritual tienen enorme cabida y le suscitan una enorme preocupación, ya que no piensa que sea tan fácil cepillarse ese mundo así porque sí. Con toda la que está cayendo en los comentarios acerca de celibato sí, celibato no (que sin duda hay que plantearlo, aunque, probablemente no como solución a nada), algún especialista hablaba, en la prensa, de los instintos que encuentran, tarde o temprano, su satisfacción. Eso me recuerda el celebérrimo argumento agustiniano del cor inquietum, tan caro a algunos pensadores de hoy. Seguramente lo de Wittgesntein tenga bastante que ver con esto.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.