El otro día se celebró en Corias el traslado de los restos de algunos mártires recientemente declarados beatos. No hubo mucha presencia de público, aunque sí de crítica, positiva y constructiva, claro está, porque el acto, más allá de la parte notarial y forense, que es un tanto aburrida, fue interesante, ilustrativo y significativo. El ambiente de la iglesia fue cálido (humanamente) dentro de la frialdad del recinto, porque la iglesia de Corias, de fábrica absolutamente excepcional, es un sitio ideal para pasar el verano, cuando el sol aprieta bien y con fuerza, pero para el resto de estaciones no es el lugar ideal. ¡Qué frío! Aún padezco de garganta, y creo que ni las ricas viandas de la tierra que nos pusieron los frailes para celebrar el evento pudieron hacer frente a algún microbio de esos que del frío gustan de pasar a la laringe. No obstante, lo que sí veo claro es que las santidades, beatitudes y no digamos venerabilidades ya no nos sorprenden. La historia nos ha dado tantos que los que no somos especialistas enlistas hace tiempo que perdimos la cuenta. Y además, seguramente con paridad o casi, porque santas hay unas cuantas (que eso no lo saben en el ministerio de igualdad español, me temo). Si hubiera sido cualquier otra orden o congregación, hasta el último de los simpatizantes hubiera estado presente. Pero nosotros somos así. No vendemos nuestro producto. No sé si es bueno o malo, salvo por el hecho de que, al ser menos, toca a más en el pincho post hoc.