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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

18
Ago
2009

Memoriales

3 comentarios

De paso por Valladolid, toca deshacer la maleta para lavar ropas, ropajes y demás aditamentos. Pero al sacar todo, aparecen en la maleta infinidad de pequeños objetos que se han ido acumulando a partir de la estancia en Fátima (rosarios, llaveros, pegatinas, marcapáginas, discos, caramelos, barritas energéticas –cómo demonios habrán llegado allá–, galletas…) y todos ellos son un pequeño sacramento, porque cada uno apunta, más allá de sí, a un rostro, a un acontecimiento, a una razón de por qué están allá (aunque sea la barrita energética, que seguro que la dejé encima de la mesa y, al recoger, hala, pa’dentro, a la maleta… vamos, eso quiero pensar). Pero todas y cada una de las otras cosas son un cierto memorial de personas.

Hay muy pocas ciudades que me gusten por sí mismas. La mayoría son el hogar de ciertas personas o el asiento de algunos eventos y por eso me encantan. Hay otras ciudades, hermosísimas, de las más bellas de España, hacia las que tengo sentimientos encontrados, y es evidente que las piedras no los provocan, sino que detrás hay personas. Porque con las ciudades sucede lo mismo que con el pecado (qué palabra más rara, ya casi ni se usa).Creemos que podemos meternos directamente con Dios (cosa bastante chulesca por parte de quien lo crea), cuando en realidad, pretender acceder directamente a ofenderle es como mear contra el viento o escupir al cielo, es decir, el pecado siempre va contra los que nos rodean, contra las personas, que son, a su vez –y por eso este giro retórico– las que constituyen las ciudades. La relación con Dios se evidencia en la relación con los otros (salvo, supongo, en casos muy especiales que no dudo que se dan, pero, por ser especiales, no constituyen la regla). Y todo esto, ¿a qué venía? Sólo a que, al final, si uno se queda en las cosas, las cosas son cosas, pero si se deja conducir, éstas le remiten a personas y las personas a lo que las fundamenta. No hace falta, en la mayoría de las ocasiones, contarlo todo, basta con dejarse mostrar.

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viajando
19 de agosto de 2009 a las 08:22

Don Sixto, parece usted jóven por la foto. Pero incluso en jóvenes el síndrome de Diógenes, ya sabe, lo de dejar que las cosas se vayan acumulando y que es propio de viejos,aflora en algunos desde su tierna infancia. Hay personas que guardan casi hasta el primer chupete.Libros, chismes informáticos, cartas... Apego a la juventud, a relaciones de otra época. Pero el apego al pasado impide vivir el presente con intensidad. Hay que hacer limpia de vez en cuando, incluso colada, como la de su maleta. Dejar que la vida siga fluyendo. Que en la vida como en los viajes hay un momento de decir hola y otro del adiós. En Di*s nos encontramos todos.¡ Buena reentrée !

Aldo+
19 de agosto de 2009 a las 12:14

Estoy de acuerdo con el amigo 6to! Al volver de Fátima encontré infinidad de cosas, cosas que el día que guardé pensé: "¿para qué quiero yo esto?". Sin embargo las cosas van a personas y las personas a Dios, como bien dices. El recuerdo no es apego al pasado, el recuerdo es algo que te hace vivir más intensamente el presente siempre que no te sumerjas demasiado en tu pasado sino que éste te sirva como referencia para tu presente y para tu futuro. Somos humanos y tenemos sentimientos, no es fácil ni decir hola (a todos, en cierta medida, nos asusta el cambio) ni decir adiós (vuelve a ser un cambio el que asusta). Así que amigos les pido que recuerden, que sonrían cuando recuerden porque los recuerdos también conforman nuestra vida.

fray Benito,op
19 de agosto de 2009 a las 17:36

¿Pecado?.Hay gente rota,enteramente deteriorada.Pero ¿pecado?.Si las miramos con amor,positivamente,encontraremos alguna razón para la esperanza.Y siempre habrá que darles un sí comprensivo y compasivo. Las personas rotas son las que más hay que querer y de quienes más se puede esperar.fray Benito,op

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