En el libro segundo, capítulo XII de sus Ensayos, Montaigne recuerda al rey San Luis quien, “cuando aquel rey tártaro que se había hecho cristiano quería venir a Lyon a besarle los pies al papa y a comprobar la santidad que esperaba encontrar en nuestras costumbres [tuvo razón] en disuadirle inmediatamente, temiendo, por el contrario, que nuestra desordenada manera de vivir lo apartara de tan santas creencias. Aun cuando después aconteció de muy distinta forma con aquel otro, el cual, habiendo ido a Roma con ese mismo fin, viendo la corrupción de los prelados y del pueblo en aquellos tiempos, reafirmose tanto más en nuestra religión, considerando cuánta fuerza y divinidad había de tener para mantener su dignidad y su esplendor en medio de tanta disolución y en manos tan viciosas”. Me hizo gracia leer este pasaje, escrito hace ya tanto tiempo, y de tanta actualidad, cuando hoy, por las cuatro esquinas del globo intelectual, siempre hay quien considera que guarda en su garrafón la esencia del ser cristiano, de manera que quien no siga sus preceptos (por la derecha o la izquierda), que no tiene por qué ser los de “la santidad”, es inmediatamente echado fuera con un sonoro portazo, como si él (o ellos) fuesen el novio y los demás las vírgenes necias (porque prudentes, más o menos, quedan sólo sus amigotes y amiguetes). La parábola de las vírgenes nos narra una situación que llama a una acción. Cuando llega el novio no les pregunta por rectitudes doctrinales (que son muy importantes, no lo niego, pero, ay, estamos en la era hermenéutica, y de eso no se escapa nadie, ni siquiera el que no sabe lo que significa hermenéutica), sino por la actitud y por el hacer (verum-factum, de Vico, mira, me acabo de acordar). Qué importante es la ortodoxia, claro que sí. Pero me temo que no es tan fácil como parece: pocos tienen el Denzinger en la cabeza. Mas cómo se vive, eso sí, deja lugar a pocas dudas acerca de la ortodoxia.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.