14
Jun
2006Jun
Nadie es más que nadie
5 comentariosEs una expresión de deseo: un hombre es un hombre. Y sin embargo es falsa por muchos motivos. Ni siquiera la ley es igual para todos, por mucho que escuchemos ese cuento una y otra vez. Los que hay que, por razones de Estado (o de interés general o vaya usted a saber qué) salen impunes de delitos atroces, mientras que otros, claramente inocentes para el sentir común, se encuentran enredados sin comerlo ni beberlo en una maraña legal y pagan por todos los que no pagaron. Los hay que, cuando comenzaron su periplo vital, ya llevaban sobre sus hombros el peso de la diferencia por haber nacido en un lugar u otro, en una manzana u otra. Y los hay que llegaron a ser una auténtica piltrafa, por elección personal. No, definitivamente no es cierto que todos sean iguales. En la prensa de hoy se habla del juicio que se lleva a cabo contra un asesino, un matón y lo que es más común (y casi peor por la frecuencia con la que se da) un chulo. No me digan que ese ser no ha renunciado voluntariamente a su humanidad. Ha ido haciendo elecciones (como todos) y la suma de las mismas ha dado lugar a lo que es. No me digan que es igual al señor de a pie que lleva una vida “normal” (esa cosa tan vilipendiada por la teoría postmoderna y por los grupos alternativos). En el Mercader de Venecia, Shakespeare hace decir a Porcia, disfrazada de jurista, que “la clemencia es un atributo de Dios mismo y el poder terrestre se aproxima tanto como es posible al poder de Dios cuando la clemencia atempera la justicia”. Ser clemente, piadoso, ser humano con estos chulos es un atributo casi divino y creo que sólo la gracia de Dios nos puede abrir los ojos. Yo, por lo pronto, prefiero prestar atención al hombre “normal”, el que no tiene “teorías político-liberatorio-antisistema” que le justifiquen en la chulería, con el que me identifico y con el que, en verdad, puedo padecer. En el caso del matón chulo sólo le deseo que Dios tenga piedad de él, porque yo no puedo. La chulería me supera.