Poco a poco, por lo bajinis, se va imponiendo eso que llaman el pensamiento único (que ni los que lo proponen saben muy bien lo que es, salvo cuando acusan a sus contradictores de propugnarlo). Hay ciertos canales de televisión y ciertos periódicos que no toleran la discrepancia en lo más mínimo, y, lo que es más grave, no admiten como éticamente consistente la duda. “Si no opinas de este modo, sin matices ni escalas –parecen decir– eres anatema”. Anda, anatema. Si eso suena al concilio de Trento. Bueno, ahora se dice “intolerante”, “antipatriota” o, lo que es ¿peor?, “fascista”. ¿Quién es fascista? De su discurso, plagado de argumentos cornutos (que cualquiera que haya estudiado un poquitín de lógica o de retórica se da cuenta de que no valen como modo de argumentar) se desprende que todos los que no defiendan sin paliativos las cosas más peregrinas, es decir, la bolsa de golosinas con la que nos agasajan. Si la quieres, la tomas y disfrutas de su dulzor. Si no, hala, ya sabes lo que te espera. Y, sin embargo, por no sé qué ensalmo milagrero, la gente que piensa como ellos dicen que hay que pensar se autosupone libre, libérrima. Está bien hecho, ¿no? El ideal de esta tontuna colectiva y superficial que invade a ciertos comunicadores graciosillos (el humor inteligente suele escarbar más abajo de la costra de las apariencias) es aquello de nemine discrepante, o sea, el que se mueva no saldrá en la foto. Pero es triste que nos entreguemos, como si no hubiese remedio a esta forma de tiranía de la unicidad banal. ¡Con todo lo que se puede pensar, decir, hacer o cantar! Y de modos tan distintos y diversos. En este batiburrillo, se supone que si uno se dice cristiano ya está mediatizado en sus principios y en sus conclusiones, y, falazmente se concluye –cayendo en la falacia que los clásicos llamaban ad ignorantiam– que lo contrario, es decir, el que se dice no cristiano no está mediado y es el sujeto de la verdad. Ay, ay, ay… cuánta falacia… Y lo peor es que pàsa desapercibida.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.