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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

11
Nov
2020

No mientas, que la salud importa

1 comentarios
Cadillac Ranch

Esta pandemia ha dañado muchas cosas y las sigue dañando. Claramente la salud, en proporciones cósmicas, porque esta no es solo que no duelan las muelas, sino que involucra una enorme cantidad de factores físicos, anímicos, psicológicos y demás. Así se desprende de la definición que da la ahora también sospechosa OMS en su página web: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Mira qué bien. Pues ha quedado tocada y bien tocada. La economía, cómo no. Ya empieza el lobo a asomar las orejas y vemos que la cosa puede requerir muchos puntos de sutura, y a ver si aguanta el remiendo. Pero también la confianza, cómo no. Hablando del lobo y sus orejas, muchos de los que estudiamos EGB y Parvulitos, educados con cuentos sedimentados en un mundo bastante real, creo, y no en uno imaginado en gabinetes gubernamentales y de coirte y confección de argumentarios, recordamos aquella historia de Pedro y el lobo –mira qué a cuento vienen los personajes–, que tenía la moraleja de que, si uno miente sistemáticamente, cuando diga una verdad nadie le creerá. En aquella época infantil nos era muy fácil hacer el tránsito hacia la moraleja deóntica: no se debe mentir. No hacía falta que leyésemos a Kant ni el Astete. La fábula nos lo decía con meridiana claridad. Pues esto es lo que les ha pasado a nuestros líderes: han mentido tanto y tan seguido que la confianza está dañada. El cuento no nos dice qué pasó después de que el lobo llegase y se hubiese comido todo lo que tenía a su alcance. Empezarían de cero, tirarían a Pedro al pilón o lo volverían a proponer como pastor… Quién sabe. ¿Le importaba a Pedro el pastor que la confianza básica de sus vecinos estuviese irreparablemente dañada? Supongo que si ostentase un cargo gubernamental, no. Lo que antes era una cierta lucecilla moral, el pudor, ha desaparecido de la escena pública como por ensalmo, ya que nos suena a aquellos pintarrajos de Il Braghettone. Qué va. Se trata del “miedo a la deshonra”, o al menos así lo entendía Aristóteles. En el caso de los políticos que salen en la tele (habrá otros), los medios les recuerdan constantemente lo que dijeron ayer y cómo hoy se han desdicho, y ni se ponen colorados. ¿Honra? Mejor barcos. Ciertamente, esto forma parte de esa desaparición del pudor de todo el espacio público. El trabajo de destrucción de todo el entramado “opresor” de las virtudes (aunque el pudor no sea propiamente tal) nos ha dejado in púribus, sin la menor conciencia no solo de culpa, que eso suena a enfermizo, sino sin una mínima ética consecuencialista que vaya más allá del corto plazo de lo que uno puede vislumbrar, que en los políticos es la siguiente jornada de negociación con sus colegas de fatigas y, todo lo más, la próxima cita electoral. Todo esto para decir que, por desgracia, algunos no nos creemos nada de lo que dicen los políticos. Nada, nada, lo cual no es, por volver al principio, nada sano. Son como las musas, que a veces mienten y a veces dicen la verdad, pero nadie sabe cuándo sucede una cosa y cuándo otra. Al menos las musas, de cuando en vez inspiraban a algún poeta. No es el caso de esta gentica, que solo sabe hacer pintarrajos. Están bien para pasar la tarde, pero Goya pasaría de largo.

 

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Loreto
12 de noviembre de 2020 a las 12:57

A la gallinita ciega de Goya se le cayó la venda de los ojos y se le quedo en la boca.
Espero que sirva la metáfora

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