11
Dic
2006Dic
No perdonan ni olvidan
4 comentariosAcabo de pasar por delante de un cartel en el que un autodenominado “grupo antifascista” convoca a no sé qué en virtud de que ellos “ni perdonan ni olvidan”. Está claro que vivimos en un mundo en que uno puede ser lo que quiera, salvo fascista (que es un término de aquellos trascendentales que ya comentamos en otra ocasión: no tienen contenido ninguno, sólo llenan un lugar negativo en una frase). Si uno es pederasta, pues a lo mejor puede encontrarse justificación psicoanalítica en un padre que lo maltrató de niño, sobre todo si pertenece a las élites de opinión (el otro día, en una mesa redonda a la que asistí, a uno de los contertulios le faltó medio suspiro para equiparar a los pederastas con las mujeres de hace treinta años, que no tenía derecho a sacar dinero del banco). Lo dicho, que uno puede ser cualquier cosa menos fascista. Pero yo sigo sin saber en qué se diferencia un fascista de un político o de un prelado que, porque le sale de sus reales pechos, designa a éste o aquél para este puesto o esta candidatura, sin importarle lo que piense el resto del mundo. Pero bueno, la historia será benévola con ellos. Al fin y al cabo, el juicio de la historia les importa a los presentes. A los pasados tanto les da que les da lo mismo. Lo que me inquieta es eso de “ni perdón ni olvido”. Hace un cierto tiempo, reseñé para la revista Estudios Filosóficos la obra de un “pensador” (entre comillas, porque pensaba muy poco y tengo que confesarlo, puse la obra a escurrir, porque era francamente mala, pero eso sí, un éxito de ventas) que pedía la llegada de una época postcristiana (sin aclarar lo más mínimo qué demonios era eso, para ver si colaba el epíteto y en cien años le izaban a los altares de la nueva cultura). Pues a lo mejor ha llegado. Antes del cristianismo el perdón no era la virtud por antonomasia (no significa que los anteriores no perdonasen, pero era más virtuoso cepillarse a los enemigos, y si no, a la épica homérica me remito) y creo que después del mismo, si llega ese después, tampoco lo será. A lo mejor estos antifascistas anuncian la llegada de una nueva era y yo no me he enterado. Iré pidiendo plaza en algún sitio donde alguien tenga aún la capacidad de perdonarme cuando meta la pata, quizá en la cartuja esa de “El gran silencio” (que aún no he visto). O en casa de mi madre.