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Abr
2008Abr
Obediencia y opinión
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¡Qué interesante es la historieta que nos narra José Luis Gago hoy! La del cura y el obispo, la del conflicto entre intereses, la del hacer una cosa poniendo el alma en otra. Es exactamente la narración evangélica de los hermanos que, solicitada su colaboración, uno dice sí y no va y el otro dice no y va. Recuerdo que contaban aquello del jesuita que negaba que se pudiese fumar mientras se rezaba, a lo que el dominico le respondía que, en todo caso, se podía rezar mientras se fumaba (supongo que ellos la contarán justo al revés, que cada uno barre para su casa). La cuestión de la obediencia es una de las claves de la vida religiosa. Antiguamente, según me cuentan los sabios del lugar, se decía que “el que obedece no se equivoca”. Emilio García Estébanez, que en gloria andará, siempre decía, con toda su ironía: “el que obedece siempre se equivoca”. Al igual que el que está pendiente del “qué dirán”, en ocasiones, el obediente sumiso carga las consecuencias de sus actos sobre aquellos que se los impusieron. Los célebres juicios de Nuremberg son una retahíla de “hice lo que se me ordenó”. Y el también célebre experimento de Milgram nos muestra que, bajo el influjo de la autoridad, podemos llegar a cometer, sin despeinarnos ni lo más mínimo, las acciones más aberrantes. Claro que la obediencia es importante, pero conviene pensar mucho mientras se obedece. Por supuesto que lo que piensen los demás importa, pero sólo un poquitín. La obediencia ciega y la opinión ajena sorda son discapacidades que se pueden (y se deben) superar.