Sep
Octopus
9 comentariosAyer supe de la existencia de un yate llamado Octopus. No tenía ni la menor idea de qué era aquello que estaba viendo, salvo que se trataba de un barco gigantesco, precioso, lujosísimo, con helicóptero, un algo que discutía con mi amigo Joaquín si sería una lancha (luego descubrimos que se trataba de un submarino), un prodigio, vamos. Y al mirarlo, la única reflexión que nos surgía era que tenía que pertenecer a un extraterrestre. El tipo que se muere de hambre en sabe Dios qué remoto pueblo no puede pertenecer a la misma especie que quien tiene un yate de estas características. Al lado había algo así como una patrullera del ejército, que así, a ojo, tendría unos cuarenta o cincuenta años y estaba para el desguace. Definitivamente, el dueño del Octopus tenía más poder que el Estado. Cuando bajaron cuatro miembros de la tripulación, que irían a dar un paseo, les abordamos: ¿pertenece este barco a un hombre? (qué pregunta, ¿verdad? Pues así salió: ¿pertenece a un hombre?). En efecto, a un americano… Y la segunda “pregunta”: debe ser muy caro… 500 millones de dólares, dijo el tripulante. Al llegar a casa, miré internet, y la Wikipedia lo describe como el octavo yate más grande el mundo y en algún sitio lo valoran en 200 y pico millones de dólares. A estas alturas de dinero, me daba igual 250 que 500. Definitivamente, el que está a la cola del paro estos días y el dueño del barco tienen que pertenecer a especies distintas, aunque los dos tengan brazos, dedos y pies. ¿Cómo es posible que lo hayamos repartido tan mal?