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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

25
Abr
2012

Pascua de dioses y hombres

3 comentarios

Estos días pascuales he estado relativamente liado y sin conexión a Internet buena parte del tiempo. Y eso tiene también sus ventajas. Entre ellas, que se puede aprovechar para ver algunas de las películas y documentales que uno va almacenando en el portátil para mejor ocasión. Con eso y un par de libros no hay manera de que el aburrimiento haga acto de presencia. Lo confieso, creo que no me aburro desde mi infancia. Ni siquiera las tardes de domingo, de las que se quejan hasta los filósofos más sesudos (Heidegger mismo las pone como ejemplo del tiempo que se “siente”, la pura duración que se desploma sobre uno). Y a este dulce pasar el rato ha contribuido recientemente ese peliculón que es “De dioses y hombres”, que había dejado en el cajón, con la convicción previa de que no era para ver así sin más, en un momento que no tuviese el estatuto de kairós, o sea en un momento no apropiado. Pero llegó. Y, como no podía ser de otro modo, me dejó en ese estado de choque dulce que sólo las obras maestras consiguen procurarnos. Quien no la haya visto, hágalo, por su propio bien que, en este caso (como sucede en la estética, quiero creer) es el bien de todos. La historia es una maravilla, quizá la descripción más real y menos impostada de la vida monacal que uno haya visto, y cada relato es una joya. Pero me quedo con una escena (aunque esto no signifique nada): cuando, tras la primera invasión del monasterio, todos se reúnen, en estado de pavor y angustia, y todos se consuelan mutuamente de la manera más cariñosa y fraterna que pueda verse (o quizá la última cena, o quizá el despertar entre gritos, o quizá la votación, o quizá el “vete a la ****”). La verdad es que cuando el kairós llega, lo hace haciéndose notar.

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JM Valderas
25 de abril de 2012 a las 21:32

Sixto caro, es una película sobrecogedora. Un perfecto completo, o culminación realizada sobre la vida, las estaciones, en la Cartuja de la Grande Chartrese. Aquí la vida contemplativa se torna obligadamente activa y no sólo por la labor del monje médico. El rostro del prior despide una serenidad sobrecogedora en una comunidad sometida a la espada de Damocles sin tregua. Recuerdo --la ví on time, cuando se estrenó-- la liturgia, escueta, llevada a la mínima expresión, desnuda sin perder ni concentración ni gravedad. El don del libro que llega. La visita del monje en la fiesta musulmana. La entrega absoluta hasta el martirio, que no es instantáneo, aunque se sabe inevitable. Recuerdo lo que contaba aquel fraile compañero de uno de los beatos dominicos de la guerra civil: "si llega la guerra a mí que me maten pronto y de un tirico". Qué angustioso debe ser ese corredor de la muerte y seguir haciendo el bien y mantener el ánimo ante los que, de un modo u otro, no dejan de ser de la misma religión que los asesinos. Qué cerrada la noche nevada. Honor y gloria a esos benditos de Dios en las montañas del Magreb.

Moisés
26 de abril de 2012 a las 03:09

Como sabes, fuy el otro día a hablar sobre ella a la UNED en Palencia... "De dioses y hombres: el derecho a la libertad religiosa y sus amenazas" Ya te pasaré el texto. Yo creo lo mismo: es una gran película.

paulo,sj
15 de mayo de 2012 a las 21:24

Como me gustó esta película. También por lo que apuntas: la naturalidad con que es presentada la vida entre los religiosos. La fe, la serenidad, el miedo, el dolor, la lucha, el encuentro, el cabreo... la humanidad. La vida religiosa por veces es demasiado "fantasiada", sin embargo hay más naturalidad de lo que se piensa. Me acuerdo de una película "Os olhos da Ásia" sobre el martirio de algunos jesuitas en Japón en el siglo XVII. Mientras algunos morían, Cristovão Ferreira, que había sido Provincial, apostó. Fácilmente se escuchó comentarios de: flaco, dónde está la fe, etc... Yo me he quedado en silencio. No puedo hacer juicios. Es cómo aquí... Mirar, contemplar, respirar hondo y volver a contemplar. Y la luz de la película... que luz.

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