Lo del terremoto de Haití es un desastre de proporciones incalculables que, por desgracia, va a sacar a ese país del olvido secular en el que lleva sumido desde ni sé cuándo. Esta tarde, mientras conducía, puse en la radio la emisora que suelo escuchar y ponían una especie de crónica maquillada, de gritos, testimonios, todo encadenado y recubierto de una musiquilla triste… y me pareció obsceno. Cualquiera que haya leído entre líneas la ausencia de noticias sobre Haití en la prensa cotidiana (no las hay porque no es noticia que esa parte de la isla de La Española se esté autofagocitando, porque ya ni árboles para comer sus hojas debe haber) habrá comprendido que en Occidente Haití no interesa, ni siquiera a su antigua metrópoli (salvo a los religiosos franceses que allá moran). Yo no conozco Haití, sólo estuve conMiguel Ángel Gullónen Anse-A-Pitre, la frontera, la zona con más intercambio comercial con la República Dominicana y, me atrevería a decir, precisamente por este movimiento de mercancías, una de las más prósperas… Y me pareció lo más pobre y sin esperanza que había visto en mi vida. Lo curioso es que los muchachos que se te pegan para darte un tour por la zona hablan todas las lenguas, la que tú quieras utilizar para comunicarte con ellos, apuesto que hasta el húngaro (y yo pensaba en qué potencial tan enorme estaba languideciendo en el tratar de subsistir). Eso me hizo pensar en que el problema de la pobreza endémica de Haití quizá no estuviese en sus gentes, que tienen la capacidad de cualquiera, sino en lo de siempre, en la casta que les gobierna y que nunca hará nada para sacar al país más pobre de América, y uno de los más pobres del mundo (insisto en que no he vuelto a ver nada ni siquiera parecido) de la fosa. Y ahora les viene el terremoto. Si tuviesen casas medianamente bien construidas, probablemente no se hubiesen caído todas con todo el mundo dentro. Pero eso es mucho pedir. Seguramente haré una lectura muy superficial de las informaciones que aparezcan: no quiero seguir a los periodistas que se deleitan en contar las desgracias.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.