9
Ene
2008Ene
Popes, papisas y patentes
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La prensa nos informa de que la justicia ha fallado en contra de una azafata de BA a la que se le prohibió llevar crucifijo al cuello cuando vestía uniforme. Supongo que el caso estará lleno de miles de matices y que los jueces y los abogados defensores habrán investigado el asunto y sus circunstancias desde innumerables puntos de vista. Y han fallado. ¿Habrán fallado al fallar? Quizá la sentencia hubiese sido distinta de haberse emitido hace veinte años y, sin duda, lo sería si el caso aconteciese dentro de veinte años. Pero es sólo un ejemplo de la provisionalidad de la justicia. Como lo es la mente humana. El ABC de hoy trae un artículo demoledor sobre la figura de Simone de Beauvoir, auténtica papisa para toda una generación y bajo cuyo aspecto hagiografiado por más de una generación parece que se ocultaban más miserias que bondades. No seré yo quien me pronuncie, ya que apenas conozco a la autora de “El segundo sexo”, pero siempre me ha extrañado la patente de corso con la que esa extraña pareja que eran Beauvoir y Sartre se movieron por épocas y lugares impartiendo doctrina, patente que deja pequeña la intransigencia del más cerril de los obispos españoles, que a decir del expresidente González, buscan salvar a quien no quiere ni necesita ser salvado. Da que pensar todo, tanto la caída en desgracia de los agraciados por la historia de otrora, como la afirmación de que no se siente la necesidad de salvación. Quizá sea que los dioses nos han abandonado, como decía Hölderlin, y al no sentir ya su rumor nos olvidamos de que siguen danzando alrededor, o quizá sea que nos hemos llenado de caca las orejas y pensamos que todo aquello a lo que podemos aspirar es aquello que nos circunda, y no demasiado lejos, que de altos vuelos nacen enormes decepciones. Si sirve de algo, yo (y seguramente tú si te miras bien) sí que necesito salvación. Y los popes acaban defraudando, así que necesito mirar más alto.