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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

2
Mar
2025

Potentia absoluta y potentia ordinata

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Freddy

Viendo en hora de máxima audiencia televisiva a un presidente de un país abroncar a otro en directo, o incluso más, humillarlo, uno comprende que, efectivamente, esa es la esencia del poder. Así se ha entendido en el mundo moderno: el poder como la capacidad de aplastar al enemigo (o al amigo). Tal es la consideración que aparece en el Leviatán, ese texto fundacional de la teoría política moderna. En él, Hobbes reflexiona sobre el poder omnímodo de esa figura política que ha descrito, y lo equipara a Dios. ¿Por qué permite Dios que Job sufra? Porque puede, dirá Hobbes. No hay necesidad de más explicación.
La tradición tan británica de entender el poder en esos términos –heredada, por lo visto, por muchos de sus hijos– se remonta ya a la polémica nominalista. Cuanto más miro a nuestro mundo más veo que es vástago de ese debate tan típicamente medieval respecto a la omnipotencia de Dios. ¿Dios lo puede todo o Dios está limitado de algún modo (incluso autolimitándose)? La tradición católica (no toda, justo es decirlo, aunque sí la tomista) ha pensado que Dios, una vez que abre espacio al ser, respeta los límites que el mismo ser lleva en sí. La reforma, heredera de ese nominalismo, se representa, por el contrario, el poder de manera cruda, sin límites. Porque los límites parecen la antítesis del poder. He ahí lo que hemos visto en la tele. Nos lo habían contado, pero ahora lo hemos visto en horario de máxima audiencia. 
En las relaciones políticas, la diplomacia siempre ha sido un juego de respetar ciertos límites o, al menos, de aparentar que se hace. Los últimos años, sin embargo, han sido el arte de la deslegitimación de esos límites, llamados “líneas rojas”, que básicamente, son el nombre adecuado para algo que está a punto de ser abolido. No voy a pactar con tal, ni a dormir con cual; nunca amnistiaré a fulano ni cederé tales atribuciones a mengano. En fin. También visto en horario de máxima audiencia, aunque nos pidan que no creamos nuestros ojos.
“La delgada línea roja” es el título de la más fascinante película del cineasta-filósofo Terrence Malick. Esa expresión alude a la línea que separa la locura de la cordura, pero también a la piel como ámbito de contacto con el mundo y de relación con los otros. La piel, como el rostro, es una demanda: no me puedes humillar sin humillarte a ti mismo. Pero esa línea roja es también la que separa lo que los medievales llamaban la potentia ordinata de la potencia absoluta, es decir, el poder como algo que se ejerce en bien de la creación, de los semejantes, del mundo, a diferencia de ese despliegue de una voluntad, sublime ciertamente, que acaba por triunfar sobre las ruinas. Hace unos años, un anuncio de neumáticos nos recordaba que "la potencia sin control no sirve de nada". Ese este sendero medieval equivocado y enloquecido lo vimos recreado por la tele.   

Posterior


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