Ha tardado bastante El País en salir a la palestra a defender a uno de los suyos, un actor al que se le ha calentado la boca y luego, como siempre, ha achacado su salida de pata de banco y su chulería –que es, al menos hasta donde yo puedo percibir, su constitutivo ontológico– a un problema de traducción. Curiosamente, en el mismo artículo donde nos ha llamado a todos los que habitamos esta piel de toro algo así como lo que Chávez ha llamado a los gringos, acababa de decir que había perfeccionado tanto su inglés que hasta soñaba en esa lengua. Recuerdo que cuando empecé a tratar de calar la lengua del imperio, algunos compañeros de clase aspiraban justamente a eso: a soñar en inglés, señal inequívoca de que se había alcanzado la suma perfección anglófona. Mas a lo que iba. Reconozco que ni me cae bien ni me gusta el tal actor. Considero que su óscar es un premio, es decir, sólo un premio, y la economía de los premios nunca se basasólo en el mérito, sino en una infinidad de factores que se nos escapan a la mayoría de los mortales. Pero, en cualquier caso, un actor es un señor que actúa y punto. Sus opiniones en cualesquiera otras materias valen lo que valen. Y sus insultos al tendido de sol, pues también. De hecho, no me he dado por aludido hasta que sus palafreneros han empezado a urdir su defensa. Pero lo que no acabo de entender (aunque tengo unas cuantas pistas teóricas, pero no termino de creerlas, porque dejan a nuestra humana condición en un lugar penoso) es por qué prestamos tanta atención al fulgor de la fama. Claro que sí, claro que la tradición de los santos padres desconfiaba de los actores. Por algo sería, ya que Platón pensaba lo mismo. En el diálogo Ión, el griego afirmaba, básicamente, que e tal rapsoda no tenía ni idea de lo que hablaba, pues simplemente era vehículo de otros, en el caso citado de Homero y las musas. Pues bien, creo que hemos caído a niveles bien bajos, en el que los actores son la voz de su amo, que ya no es Homero, ni, claro está, las musas, menos aún, por supuesto, en nuestro mundo desencantado. ¿Qué un actor quiere ser comunista con la mano derecha mientras se lucra de Hollywood con la izquierda? Por mí como si quiere ser de las Faes en Corea del Norte. Pero de ahí a adquirir la patente de corso para atizar a diestro y siniestro y que a los demás no nos quede decir sino aquello de “sí, bwana”, hay un abismo. Y no pienso dedicarle ni un instante más a ese señor. A rascarla por ahí.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.