Jun
Qué oneroso es lo que no es
0 comentarios
Ayer me ponía yo a pensar en una cosa aparentemente sin importancia, pero que, si se le da un par de vueltas más, la tiene, vaya que sí. Pensaba yo en la cantidad de frailes que nos han precedido, que no es incontable, pero casi. Y pensaba para mí: estas gentes forman parte de la historia inaccesible. No es que estén completamente ocultos. Seguramente algún investigador se los habrá encontrado en sus tareas y nos haya contado, en algún artículo muy erudito, publicado en una revista que leen cuatro personas, alguna gesta no sólo fascinante, quizá hilarante y a menudo digna de constar en el vademécum de cualquier fraile, sino que explica por qué algunos de nosotros estamos aquí, en la Orden, en Valladolid o en el vicariato de no sé dónde. Y ahí está la cosa: no hay nada, como decían los clásicos, que el tiempo no descubra. Pero a veces este mismo tiempo lo deja arrumbado en las páginas de una publicación. Y yo no lo llego a saber. Por el contrario, las ocurrencias, paridas, estupideces y, por qué no, alguna cosa inteligente, de los personajillos que rondan por nuestro mundo cotidiano, son glosadas hasta la saciedad en la prensa, y somos obligados, velis nolis, a saber qué dijo quién, por qué éste se casó con aquél y cuánto se ha gastado ella en bragas, lo cual es, en cierto modo, una imposición tan onerosa y de la que, por inimaginable, no tomamos conciencia. Propongo, pues, que los periódicos de cada día nos cuenten, a modo de noticia, las gestas cotidianas de los frailes dominicos de los siglos XIII a XX, y que la sección de sociedad pase a ocuparse exclusivamente de estas cosas, sobre todo de las que tengan gracia, ingenio o sean de tal máquina que a todo el mundo puedan ser de interés. ¿Que les parece que no le interesa a todo el mundo? ¿Acaso sí lo que ha dicho la ministra de peces y corales? Ése es el problema: estamos tan convencidos de lo cotidiano que no nos paramos a pensar cuánto nos ponen y cuánto nos quitan cada día.