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Que todo el ochavo de Valladolid
1 comentariosComentando hoy en clase ciertas cosas de ontología del arte (hacen falta ganas, pero qué le voy a hacer, me gusta), recordé una pieza del barroco novohispano que me encanta, me fascina, me “suliveya”, una versión del texto de Marizápalos en la que, desde el otro lado del atlántico, nos dicen que “en sus manos más valen dos blancas que todo el ochavo de Valladolid”. El ochavo, a más de ser una moneda, es una plaza de Valladolid que ya no es plaza, sino un cruce de carreteras pero, si uno se fija bien, puede ver su forma octogonal, en la que confluyen una serie de calles gremiales que hablan de la historia larga, profunda y quizá gloriosa de esta ciudad. Pues bien, antes de repetir el verso, pregunté a mis alumnos cuántos eran de Valladolid, y el número de los que alzaron la mano fue bastante elevado. Ah, me dije, entonces lo entenderéis. Pues no. Para mi sorpresa, ninguno sabía dónde estaba la plaza del ochavo. Agggg, fuera Kant, fuera Hegel, fuera todo. Nada había más importante en ese momento que hacer un croquis para mostrarles una de las plazas más famosas del mundo en el siglo XVII (casi irreconocible, repito) por la que, con certeza habían pasado un millón de veces. No me cabe duda de que, de hoy en adelante, van a ver el ochavo, la plaza del ochavo, la que cantan las crónicas novohispanas, y ya no un insípido cruce de calles. ¿Acaso no es las dos cosas, cruce y plaza? Si basta con aprender a ver para ver, y ver mejor. De más está decir que donde dice cruce de calles puede ponerse lo cotidiano y donde se lee ochavo puede entenderse ¿la gloria? (aunque suene raro este término, leánse, por favor, las acepciones del mismo en el diccionario de la RAE. Ahora se entiende, ¿verdad?)