Abr
Repensar las cosas
4 comentariosHay un buen artículo en el Washington Post, que me ha enviado mi amol Sudabee, respecto a cómo salir de todo este lío de la pederastia. La receta del escribano es clara y evangélica: quien quiera salvar su vida la perderá y quien la pierda por mí y por el evangelio la ganará. Es sencillo y nos recuerda algo que la misma Iglesia ha preconizado desde siempre: las instituciones nunca están por encima de las personas. Recuerdo una novela de Pérez Reverte, La piel del tambor, que me provocó un cierto shock cuando la leí, tiempo ha, porque retrataba muy bien dos caracteres opuestos de personajes. Uno era el cura de pueblo, dedicado a sus fieles, a sus tareas, a su fe, etc… y otro era el hombre de Iglesia, el enviado de Roma que, por encima de todo ponía la salud de la institución. La pregunta, en el fondo, es quién contribuye más a esta salud.
Hace unos días, una mujer escribía un artículo en el Wall Street Journal, en el que reclamaba más presencia femenina en los órganos de poder de la Iglesia (donde también los hay, ojo, poder, como en toda institución, por mucho que se los maquille o se los santifique: al fin y al cabo el poder humanum est). Esta columnista sostiene que la gerontocracia quizá no sea el modelo ideal de gobierno de la Iglesia (entre nosotros, los frailes, los que mandan son las generaciones más jóvenes, mas la institución eclesiástica, como casi todas, es, sin duda, gerontocrática), y sobre todo, que las mujeres tienen que entrar más o, dicho llanamente, entrar, no sólo cooperar (porque la potestad está ligada al sacramento del orden, y entonces ahí tenemos un problemilla). Y cita, al respecto, lo que le dijo una monja: que si una mujer estuviese al lado del obispo que movía a un cura, presunto abusador, de una parroquia a otra hubiese dicho algo así como “eh, espera un momento”. Sí, con todas las cautelas y lo que se quiera, pero es un momento privilegiado para repensar cosas.