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Sin ley todo es oscuridad
4 comentarios“La ley, Judah. Sin ley todo es oscuridad”, Así le dice el rabino Ben al oftalmólogo Judah en una conversación imaginaria en duermevela, cuando este planea un asesinato. Se trata de la película Delitos y faltas, de Woody Allen, en la que se describe la moralidad flaca y la falta de seriedad de las estructuras en el mundo postmoderno en el que vivimos, que imposibilitan cualquier apelación a la tragedia, a diferencia del mundo decimonónico, marcado por la convicción dostoievskiana de que crimen y castigo van de la mano. Ben se refiere, cómo no, a la ley de Dios, la ley eterna, pero en el fondo está hablando de toda ley, como una realidad que marca un límite a nuestras voluntades individuales o colectivas. Todo esto es lo que está en juego en los debates del independentismo y demás, una revisión a golpe de twitter de la célebre polémica medieval entre los realistas y los nominalistas, entre los que pensaban que incluso Dios tenía límites (no podía hacer aquello que no entraba en la categoría de ser posible, como el célebre círculo cuadrado) y los que pensaban que la omnipotencia de Dios no toleraba límite alguno. La voluntad de Dios es omnímoda. Si esto lo traducimos a la voluntad individual, tenemos parte de la filosofía moderna. Si se configura como la voluntad de un pueblo, tenemos a los filósofos alemanes del siglo XIX, que están en la base de las mayores catástrofes del siglo XIX.
Hoy es fácil encontrarse con cualquier equiparación de la violencia al medievo. Es gratuita, no porque el medievo no fuese violento, sino porque cualquier época de la historia lo es. Seguimos siendo medievales, en realidad, porque discutimos las mismas cosas que entonces. Dios como tal juega un papel marginal en el discurso, pero nos hemos apropiado de sus atributos, de sus modos, de sus propiedades y hemos creado engendros que, a diferencia de Dios, no son más misericordiosos que justos. En realidad, como se ha visto con ese acto político bien conocido de ponerse por encima de las leyes de modo totalitario, la justicia no es lo que más importa. Supongo que los curas que han firmado este manifiesto pro-independencia, aun cuando se hayan dejado llevar por sus sentimientos (Platón ya advertía que una República montada sobre sentimientos era una contradicción en los términos), serán conscientes del diosecillo terrible que contribuyen a crear. Porque algo de formación escolástica tendrán, supongo. Tomás de Aquino, que no era nada nominalista, tuvo que hilar bien fino para poner sobre el papel sus intuiciones. Lo hacía con argumentos a favor y en contra. Esa es la esencia del diálogo. Y las consignas de pancartas y pasquines no son diálogo, sino todo lo contrario, sea lo eso lo que fuere.