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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

22
Feb
2008

Tele poca cosa

1 comentarios

 

Hay una cantidad enorme de programas de televisión que reproducen el esquema de las veladas que hacíamos los que pasamos algunos años de nuestra vida en la Virgen del Camino, y probablemente se parecen bastante a los campamentos en los que seguro que muchos de los que me leen han estado en su juventud. Son programas en los que un tipo toca el piano, y los otros tienen que ir inventando letras para esa melodía, si pueden ser de doble sentido mejor que mejor. En otros programas, la gente sale haciendo cualquier cosa, lo que sea. Creo recordar que, en la Virgen del Camino, para que nos dejasen participar en las veladas, había que tener algo que contar, algo que hacer (y donde dice “algo” ha de leerse “algo que mereciese la pena", como tocar el piano, cantar, bailar, contar chistes…, pero, en fin, algo que, al menos el actor considerase digno de presentar, independientemente de cuál fuese el resultado). Entrábamos en aquella sala que había detrás del escenario del teatro, bien surtida de disfraces, y procurábamos hacer algo digno (serio o hilarante, que para el caso es lo mismo). Eso lo hacíamos con 10, 12, 16 años… Y eso mismo lo vemos en la tele, no ante los frailes y compañeros que nos juzgaban severísimamente (y no estoy hablando de juicios morales, que ya nos adelantábamos a ellos, sino de juicios de calidad: lo peor que nos podía decir un compañero era “vaya parida” o ¡qué ridículo”), sino ante cientos de miles, acometido por personas de edad provecta que han arrancado de raíz cualquier indicio de que puedan tener el más mínimo sentido del ridículo. Las veladas en la Virgen del Camino eran un momento importante, acontecían en las fiestas grandes y eran sinónimo de vacaciones, de ocio, de fiesta. Estas veladas de la tele se dan todos los días y creo que son signo de una terrible infantilización de la sociedad, no en el sentido de recuperación de los aspectos lúdicos de la existencia, sino en el de la imposibilidad de pensar más allá del puro gozo inmediato que se experimenta con el ridículo ajeno. No me gusta nada, pero también en esto puedo basar mi juicio en apreciaciones inadecuadas. ¡Quién sabe!
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coronas
23 de febrero de 2008 a las 18:36

Lo peor de todo es cuando la escasez del sentido del ridículo alcanza la total inexistencia, como en tantos y tantos programas dicen que del corazón en los que se cuentan tristezas, dolores, penas y tragedias, aireando lo que siempre tuvoque quedar encerrado en casa. Una pena, vamos.

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