8
Feb
2008Feb
Trompetas
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El evangelio de Mateo nos relata aquella invectiva de Jesús contra los fariseos que van trompeteando por ahí todo lo que hacen, casi siempre para (según su concepción) alabar y dar gloria a Dios, que parece que no tiene otra cosa que hacer que estar pendiente de si éstos hacen o dejan de hacer. Me encanta el verbo trompetear: es que yo hago, yo digo, yo rezo… y a Dios no le queda más remedio que mirarme y, al final, que premiarme. Me recuerda aquella historia del Valido del Rey que relata Torrente Ballester en la Crónica del Rey Pasmado. No conseguía tener descendencia y un fraile no muy espabilado prepara toda una parafernalia mágico-religiosa para obligar a Dios a concederle la tan ansiada prole. Pero algo sale mal (o al menos eso es lo que piensa el religioso) y tal es la razón del fracaso de la imprecación. Cuando Jesús alaba la actitud del pecador que reconoce su culpa y su pecado desde el fondo del templo y pide misericordia, es más que probable que estuviese hasta el gorro de ver exhibiciones del más difícil todavía, de religiosidades pretendientes a entrar en el libro de los records. El misterio central del cristianismo es la kénosis, el vaciamiento, el abajamiento de Dios. Desde ahí, todos los que lanzan soflamas desde sus nichos de pensamiento, diciendo a los demás lo que deben hacer, deberían comenzar por mirarse a sí mismos (la viga en el ojo propio). Yo lo hago de vez en cuando, y me sienta muy bien.