Oct
Una ciudad firme
1 comentariosEn Sobre la norma del gusto, donde Hume se dedica a cuestiones que hoy llamamos de estética, nos encontramos con una afirmación bien interesante: aunque todo el mundo aprueba la justicia, nadie está de acuerdo en qué actos son justos. Por eso cualquier periódico que se coja estos días, en el que se nos narran los “eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” se verá que todo el mundo clama por la justicia, los que defienden X y los que defienden todo lo contrario. Y vemos que al final, el poder judicial (el ministerio de justicia, qué cosa, ¿por qué no un ministerio de fraternidad, o de libertad? Mejor no, que ya tenemos el de igualdad y, por lo que he oído, es un agujero negro que invade el puro terreno de la sociedad civil de un modo terrible) decide lo que es justo (aunque cualquiera se da cuenta de que la cosa no acaba ahí). La corte de justicia de esta ciudad, me sorprendió, tiene una representación de la justicia que no es a la que estamos acostumbrados, ciega y con la balanza, sino que es una especie de coloso, un poco repanchingado, que apoya su mano sobre una columna, alegoría que nos recuerda la idea de fundamento firme. Y yo siempre me pregunto que dónde está ese fundamento firme de la justicia (de la verdad, de la bondad…). La postmodernidad, básicamente, es la respuesta a esa pregunta: no existe (se ve en la última película de Woody Allen, Whatever Works, que es un tanto más de lo mismo, pero al menos es algo divertida, aunque no pasará a la historia de sus grandes obras). ¿No existe? Está por ver si funciona o no aquello del “suelo del ser”.