Sí, sí, así es: me ha tocado ser uno de los viajeros atascados por los laberintos del transporte europeo. Normalmente uno viaja de una vez, si acaso con una escala, por aquello del ahorro o de la imposibilidad de un viaje directo, pero minimizando las detenciones, para llegar al destino. Con el caos resultante del volcán y de tantísimos factores (porque aunque llamamos causa al volcán de nombre impronunciable, causas del follón son muchas más cosas), uno se vuelve consciente de que a veces, lo mejor (y lo único posible) es hacer el camino por etapas. Se trata de ir paso a paso, quizá como el personaje Alvin Straight, de la película, maravillosa (creo que alguna vez lo comenté) deDavidLynch, Una historia verdadera, aunque probablemente con no tanta detención. En todo caso, el ir paso a paso, de estación a estación, de embudo a embudo, de atasco a atasco, puede verse como el mayor engorro de todos los tiempos o como una oportunidad para otra cosa. A mí me tocó, como a millones, pasar tiempo en estaciones, comer cualquier cosa en cualquier momento y subir a autobuses a los que, en condiciones “normales”, no hubiera seguramente subido (simplemente porque son más caros, lentos e incómodos que el avión). Y al mismo tiempo, conocer a gente excepcional por el camino, compartir reflexiones (y al final, claro, intercambio de correos electrónicos, signo de nuestro tiempo). Pero no hago más que repetirme. En este momento tengo un cierto dolor de espalda y un cansancio considerable. Mas siempre que uno se mete en algo que, en principio, parece contradecir sus planes, puede verlo como un castigo o como una bendición, como una desgracia o como una oportunidad. Sé que esto no es universalizable (como casi nada en la vida). Pero a veces una mirada positiva sobre las cosas ayuda a que se arreglen “solas”.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.