29
Abr
2008Abr
Vergüenza humana
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Si hay una noticia que encoge el alma, entre las muchas que hoy pueden elegirse, es la de la matanza de una madre y cuatro de sus hijos pequeños por parte del ejército israelí. Y mira que hay barbaridades en el mundo, y mira que se pueden escoger modos más o menos refinados de infligir daño al personal, pero el asesinato de niños, sea intencionado, no intencionado, lateral, colateral, perpendicular o arcotangente es lo peor que puede echarse uno a la cara. Seguro que ya lo comenté aquí, pero el capítulo sobre el que pivota Los hermanos Karamazov de Dostoievski no es “El gran inquisidor”, sino el doblete formado por éste y el que le precede, ya que la historia del inquisidore sevillano carece de sentido si no es a luz de “La rebelión”. En éste apartado, Iván Karamazov, analizando la creación, puede llegar a justificar, a comprender, a racionalizar el sufrimiento de los adultos, que seguro que han acumulado culpas suficientes para cualquier mal que pueda atosigarles. Ninguno de nosotros somos totalmente inocentes, claro está. Pero, ¿qué pasa con los niños? ¿Quién sale fiador por ellos? Iván rechazaba radicalmente la creación, precisamente por el sufrimiento de los niños. ¿Qué más hará falta para que las gentes se sienten y depongan los bazookas que ver los cuerpos sin vida de cuatro niños inocentes? Seguro que el discurso, la teoría, puede retraerse hasta los nabateos, los hititas o la abuela de los jerasenos para encontrar la causa última de esta matanza, pero eso, que lo explica todo, no explica nada. Que le cuenten milongas al padre y esposo de esa casa, que se ha quedado como Raquel, llorando y sin consuelo. Hoy es uno de esos días en los que uno se avergüenza de pertenecer a la misma raza de los que tiran el pepino y de los que encuentran justificación, cualquiera que sea, para esos cuerpos tendidos sin vida.