Y mira que me resistí, a ver si me encontraba en una actitud más receptiva, pero, claro, al final, como buen fan de Woody Allen, he visto ese engendro al que llamanVicky, Cristina, Barcelona. No sólo es, con mucho, la peor película de este director, sino una de las peores que he visto en mucho tiempo. No suelo ser muy perspicaz en los detalles técnicos, pero es que eso que los que saben llaman el racord de continuidad se lo ha saltado a la torera, la dirección de actores es nefasta (me pregunto de dónde ha salido ese óscar que le han dado), aparece una lamparilla que ilumina más que un foco… un desastre. La historia, a pesar de que las críticas que he consultado, por si yo me estaba equivocando (y se ve que sí, porque los críticos de los periódicos alaban una profundidad extática erótico-festiva-trascendental) es errática, mal construida, un montón de circunstancias caen del cielo, los actores sobreactúan. Pero, Woody, hijo mío, ¿qué ha sido este desastre? Me he quedado de piedra porque, si bien no estaba en la mejor predisposición remota para verla (ya me habían llegado comentarios) normalmente eso suele favorecer a la película, porque uno espera encontrarse algo tan malo que al final se dice, bah, no es para tanto. Pues sí lo es, sí.
¿Y a qué viene todo esto?, dirá usted. Pues no lo sé, supongo que es una plasmación de aquello que decían los clásicos de aliquandobonus dormitatHomerus, pero, fíjate, eso, visto por el lado positivo, nos obliga (no sólo nos permite) a ejercer el juicio crítico. Y dígalo Agamenón o su porquero, en este terreno estético, la libertad de juicio está por encima de todo. Amicus Plato, sed magis amica veritas, vaya que sí.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.