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Yo huyo como Aristipo
1 comentariosHe tenido la ocasión de ver una película bien interesante. “La muerte de Stalin”, se llama. Aún no había exhalado su último aliento aquel georgiano, y ya sus hombres de (des-)confianza estaban tratando de repartirse el botín del poder. Todo bien unipersonal. Solo puede quedar uno y todo el mundo tiene que saber quién es ese uno, así que para que no haya dudas, los demás tienen que ir cayendo. Todo ello, claro, bajo la mirada omnipresente de Lenin, hasta en la sopa. Cada día abren nuestros telediarios con el rostro y la última ocurrencia de un expolítico español y a mí me viene a la mente ese culto a la personalidad, tan soviético y tan destructivo, que no es sino la otra cara del poder despótico. Lenin es, en la iconografía soviética, la causa eficiente y final de cualquier logro, sea la mejora de las cosechas o el envío de un hombre al espacio. Es él, que encarna el espíritu del pueblo y sin él nada se hace… Como por aquí.
Todo esto bulle en mi cabeza, porque el peluquero que me corta el pelo me tiene frito con el papelón que la Iglesia (especialmente la local, la de allá, sí) ha hecho en todo este proceso insufrible. Y a mí no me queda otra que bajar la cabeza no solo para que apunte bien con sus tijeras y no me arranque una oreja, sino también porque reconozco que tiene toda la razón del mundo. Si algún lector despistado cree que estoy hablando crípticamente y no capta las referencias, bienaventurado es. Porque llevamos un año hablando de un Lenin de pacotilla y parece que no hay donde esconderse. Solo cuando el interés decaiga dejarán de freírnos con las “agudezas” de este personaje y su corte.
Cuenta Diógenes Laercio en sus Vidas, que Aristipo, al ser insultado en cierta ocasión, comenzó a alejarse, y el otro lo persiguió diciendo: “¿Por qué huyes?”, y él dijo: “Porque tú tienes libertad para hablar mal, y yo tengo la de no oírte”. Yo la estoy ejerciendo.