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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

5
Oct
2011

El mono

1 comentarios

Por casualidad, hace un tiempo me encontré (un fraile me hizo caer en la cuenta) con un precioso cuadro de Pietro della Vecchia que representa a Santo Domingo con un mono. ¿Un mono? Sí, y sujetando una bujía. ¿Una bujía? En efecto. Nunca lo había visto y me fascinó. La leyenda es que Santo Domingo estaba leyendo la Biblia. Seguramente sus pasajes favoritos. O a lo mejor alguno totalmente desconocido para mí de Crónicas o anexos. El demonio se le apareció en forma de mono. La tentación. Se supone que como mono, andaría zascandileando para que no leyese. Y nuestro padre le agarró (le cayó atrás, dicen en República Dominicana, en traducción libre de la locución inglesa) y le dijo, bueno, hermoso, me vas a sujetar la vela hasta que se acabe. Y así fue. El mono aparece ahí aguantando la vela, que, según la leyenda, sujetó hasta que se chamuscó y entonces Santo Domingo le liberó.
Seguro que hay muchas maneras de vencer la tentación. Y o siempre la mejor, a pesar de Oscar Wilde, es caer en ella. Este cuadro me vino a la mente el otro día cuando un comentarista de la radio desgranaba datos económicos sobrecogedores, sobre todo referidos al paro.  Y me vino a la mente junto a la acedia, ese pecado que me ha llamado la atención desde que lo he visto retratado por el Bosco en el Prado, esa desgana que cada día es más actual, visto los bastos que pintan (dudo que nadie quiera caer en esa tentación). La acedia es como el mono. Si se la deja trotar nos anula. Habrá que cogerla por las orejas y darle la bujía. Así, incluso es posible que sirva de luz.
 

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JM Valderas
6 de octubre de 2011 a las 00:13

Querido Sixto, los libros sobre animales del Medievo al Renacimiento están salpicados de apólogos morales. Los tratados de cetrería o el ´Physiologus canónico dan muestra de ello. También los escritos sistemáticos, como los de san Alberto. No digamos las hagiografías. Recordemos la leyenda del oso de san Corbiniano, introducido por Joseph Ratzinger en su escudo arzobispal de Munich-Freinsing, una leyenda que parece tener su réplica en el monacato leonés. Pero lo del mono tiene su miga. No hay forma de que se mantenga erguido. Aunque de mano prensil, no logra estabilizarla para aguntar recto y con firmeza un objeto. No tardaría en verter la resina, el aceite o la cera, con las quemaduras consiguientes. Santo Domingo jamás obligaría a un simio a tortura semejante. Ahora bien, tratándose del demonio, el santo parece mostrar que, contra la acedia (ese diablo meridiano permanente), no cursa la hiperactividad, sino la tenacidad en la labor bien hecha.

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