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Mar2009Luces táctiles
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Mar
En un periódico, en que que, de vez en cuando comentan una película, hoy le ha tocado el turno a una de las más grandes, sin duda: “Luces de la ciudad”, de Chaplin, una película bien hecha por las cuatro causas, que es comedia, drama, tragedia, es todo, un tratado del buen hacer cinematográfico (sin ninguna nominación al óscar, dicho sea de paso). Ahora bien, de todo lo que se podría resaltar, que es mucho, a mí siempre me ha llamado la atención la escena del reconocimiento (no voy a desvelar del argumento más de lo imprescindible): la vendedora ciega que siempre había tenido connaturalidad con el tramposote Chaplin por el tacto, aun –como Job–, cuando le han visto sus ojos, de nuevo es el tacto el que posibilita el reconocimiento. En la tradición filosófica ha habido, desde siempre, dos sentidos superiores: la vista y el oído (por ese orden). Los demás han quedado un tanto relegados… Pero el tacto es fuente de la vida. La madre y el niño se comunican por el tacto, son un alma en dos cuerpos, como decía San agustín de los amigos, precisamente gracias al tacto. Cosme Puerto –le cito de nuevo, pues aunque nunca se ha dedicado a la filosofía profesionalmente ha hecho más filosofía que muchos que llevan años repitiendo una cantinela monótona y monocorde– nos subrayaba en sus cursos la importancia del tacto (los filósofos lo llaman lo háptico, que queda más fino). ¿No ha sentido la imperiosa necesidad de tocar las obras de arte de los museos? Muchas se hicieron para eso (seguramente todas las esculturas de santos), pero la institución museística no nos deja, so pretexto de que se dañan. No sé si el pretexto vale mucho. De lo que no dudo es de lo contrario, de que la vida sin tacto perdería gran parte de su grandeza. Miren a Chaplin.