21
Nov2010Rey de reyes
2 comentarios
Nov
Se acaba el año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey que, en estos tiempos de monarquías raras que corren, suena tan extraño que muchos quisieran que se mutase en Cristo presidente, Cristo ministro o Cristo colega. Los liturgistas nos dicen que en esta fiesta se nos coloca en las postrimerías, atendiendo al fin de los tiempos y al Reino que no tendrá fin. ¿Rey? Eso es lo que discutían Jesús y Pilato, con alusiones a la verdad. Pero lo que más me llama la atención al respecto de hoy es el texto del Apocalipsis “Rey de reyes y señor de señores”. No hay mucho más que decir. No hay nadie más ante quien inclinar la cabeza, y eso, claro, inquieta a los infinitos poderes que nos rodean por todos los lados, en el trabajo y en el gobierno, en la política y en la cultura, en la publicidad y en la industria. Todo es un juego de poderes, la voluntad de poder, que decía Nietzsche o la voluntad a secas de Schopenhauer. Y de repente, aparecen mil millones de personas (cien arriba, cien abajo) que dicen que no y cantan aquello de un solo señor y que todo lo demás adquiere sentido sólo a partir de esto. El mundo cambia por completo. Por completo. Exactamente como ha sucedido por medio de quienes se han tomado esto en serio: no hay otro señor al que rendir pleitesía. Créanme o no, accede uno así al reino de la libertad, aunque parezca raro. Más claramente lo dice Dostoievski en el pasaje de “El gran inquisidor” de Los hermanos Karamazov, donde el inquisidor le dice al Jesús retornado algo así como que él vino a traer libertad, pero los hombres no la quieren. Prefieren cambiarla por el pan, el poder… aquellas cosas del desierto y el demonio, vaya. Por eso, rey de reyes sigue teniendo un sentido de libertad, quizá de inconformismo, quizá de esperanza en este mundo tan raro.