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Ene2012Mi Kübler Ross particular
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Ene
Un buen amigo que tiene la mala costumbre de leer este blog y al que podemos llamar mi Kübler-Ross particular me escribe por cosas de la Pasión según San Lucas del otro día. Gran tema de comentario, qué duda cabe. Y le traigo a colación porque él convive todos los días con esa fase tan particular de la vida que es el final y que da tanto que pensar, sobre todo porque no sabemos muy bien cómo afrontarla y asumirla. Lo cual, dicho sea de paso, no es tan malo como pudiera parecer, sobre todo cuando por “saber” se entiende casi dar una respuesta “algorítmica” o instrumental al asunto. Y no vale, o no debería valer. En esos momentos de tanta fragilidad y cuando todo se vuelve especialmente intenso (porque, como en la cantata, se pide besar sólo una vez más, y eso se convierte en el supremo valor) no hay duda de que se ven los grados de perfección, esa cosa que suena a teólogo rancio y viejísimo (pero que no lo es ni de lejos), con palmaria claridad. Siempre hay un bien que se puede introducir en la situación más desasosegante. Me resisto a poner ejemplos, pero dudo de que alguien dudase de que es mejor estar acompañado que solo en esos momentos. O experimentar que alguien nos alivia el dolor, o sentir que alguien se interesa por uno. Es difícil pensar que quepa siquiera discutir eso. Apuesto a que mi Kübler-Ross particular me confirma el asunto. Y de eso va la cuarta vía de Tomás de Aquino, de que hay grados de perfección. Lo cual no deja de ser reconfortante en una quincena en que se han ido ni sé ya cuántos frailes y alguna gente del entorno, seguramente antes del tiempo.