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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

5
Oct
2006

Cambia o no cambia?

2 comentarios
Cuando se anda por esos mundos de Dios que no se corresponden exactamente con el mundo de la vida cotidiana, uno suele tener la malsana curiosidad, facilitada por la técnica moderna, de echar un vistazo a la prensa patria. Recuerdo, estando en la República Dominicana, que ponían por la tele un culebrón de esos que tanto éxito tiene por doquier. Algún día, por las razones que fuese, se veía cómo Leonor Leocadia y Fernado Alejandro se odiaban a muerte amándose de modo inmisericorde. A los veinte días era justo al revés, se amaban a muerte odiándose de modo inmisericorde. El secreto, supongo, está en hacer que no cambie nada, en poner de vez en cuando algo de sazón haciendo aparecer un hijo secreto o una abuela despechada. La cosa se alarga así hasta límites más allá de la imaginación. Bueno, pues nuestro mundo politico, del famoseo, del deporte y de esas otras gentes de mal vivir que suelen llenar las páginas de la prensa son los constitutivos del culebrón nuestro de cada día. Uno se pregunta si realmente ha pasado algo desde que ha salido de su casa. La respuesta es que sí, claro, pero no interesa. Lo que realmente pega, es lo que es siempre lo mismo, lo que no cambia, lo immutable. Ni siquiera el dios de Aristóteles, pensamiento que se piensa a sí mismo (y ojo, que tiene mucho en qué pensar) era tan aburrido. En su libro, recientemente aprecido en castellano, El arte de la sociedad, Niklas Luhman indaga en el problema de la autorreferencia y la heterorrefrencia. Básicamente, la cosa es que si algo o alguien, el corpus que sea, no hace más que mirarse el ombligo y no acepta la existencia y la exigencia de algo/alguien que no sea él mismo, se acabó la historia, porque el sí mismo exige al otro, si no, no hay sí mismo ni cosa que se le parezca, por definición. Pero creo que me he subido a demasiadas alturas intelectuales para las gentes de perverso vivir a las que hacía referencia. Qué le vamos a hacer, si la cultura son ellos y algún cantor. Aún así, me quedo con Luhman.
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JMValderas
5 de octubre de 2006 a las 22:50

Querido Sixto, de los múltiples reflejos de tu consideración, me quedaré con los idola, a los que rendimos culto por mor de seguridad y que nos permiten cerrarnos en la sibirreferencia de nuestro universo mental. Un fenomeno recurrente. Salvadas las distancias temporales y geográficas y, sobre todo, intelectuales, la situación evoca, por ejemplo, la sociedad victoriana de la segunda mitad del siglo XIX. Sin fe en la revelación e insatisfechos con la creencia en las fuerzas ciegas de la naturaleza, numerosos científicos se entregarán al espiritismo como una suerte de vía media. Y ahí tenemos a Alfred Russel Wallace (codescubridor con Darwin de la evolución por selección natural), al estadístico y defensor de la eugenesia Francis Galton, a tantos más. Las sesiones de comunicación con el más allá ejercían un poderoso efecto de atracción no menor que el magnetismo de los seriales de que habla usted. Eso sí, se ahorraron la vergüenza de ceñir de laurel el encéfalo de los hombres de la farándula o de la tonada.

Makarioteros
7 de octubre de 2006 a las 12:18

Pues sí, me estoy acostumbrando a dialogar con Fr. Sixto. Reconozco que me gusta lo que dice aunque no estemos completamente de acuerdo en algunas cosas,desacuerdo que es casi siempre pura cuestión estética. Del asunto culebrones he gastado muchas horas pensando. No me parece que tantos millones de mujeres y hombres, pegados a una historia absurda, sientan la necesidad casi fisiológica de sentarse frente al televisor todos los días. Puede que la respuesta esté en la falta de referencias mejores. Veamos: frente a la truculenta historia de L.F.Alberto y S.E.Críspula, no hay nada atractivo o hay algo peor. Podriamos oponer nuestra hagiografía a esas historias sin cabeza, pero la hemos hecho tan cursi, irreal y, en algunos casos estupida, que no resulta atractiva o, incluso, sirve de chiste: el que S. Luis G, bebé recién nacido, no mamara los viernes, no creo que fuera virtud, sino enfermedad del crío o estupidez del narrador/predicador.
Lugman ve un problema en "autoombligarse", pero el problema mayor, hoy y en este país, no se en los demás, es mirar el ombligo de la cupletista y su querido, el torero y su querida, el sivergüenza y sus coimas, y creerse que ese es el propio ombligo y fundar el pensamiento y la vida alrededor de él, perdiendo totalmente la autoreferencia, la heteroreferencia, que dejaría de ser hetero, y el norte.
Menos mal que el espacio está tasado, si no solo Dios sabe cuantas tonterías seguiría escribiendo. Un abraz

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