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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

20
Sep
2006

Morirse en un pueblo

3 comentarios
Y la cosas sigue… Todo el mundo tiene algo que decir acerca de lo que ha contado el Papa. Ya se ve que a nadie le importa lo que diga, según decían cuatro visionarios que mejor harían encomendándose a Santa Lucía. Pero bueno. Hay cosas bastante más importantes que discutir que si habría que quitar este o aquel párrafo de una lección magistral. Entre ellas está la fenomenología del morirse en los pueblos a diferencia de las ciudades. El otro día asistí a un funeral en mi pueblo. Cuando uno mismo no es el embargado por la pena y puede permitirse el lujo de atender a la liturgia sacramental y a la liturgia humana, se da cuenta de que para morirse hay que volver al pueblo, y quien no tiene pueblo está condenado a pasar ese tránsito en una horrible soledad. La iglesia se llena, y muchos hombres se quedan fuera (se les oye desde dentro perfectamente), comentando las cosas más peregrinas, pero están ahí (la importancia del estar, aunque sea hablando de tractores). La familia se siente acompañada por los que son su comunidad de vida. Nadie se extraña de nada de lo que haga cada uno de los personajes, que, etiquetados claramente, pueden permitirse libertades en la iglesia que en una ciudad les estarían vedadas de todo punto. No hay prisas, el cura no tiene que cerrar y el guarda del cementerio puede esperar un rato; es más, de la iglesia al camposanto se tarda un pispás, no hay que preocuparse. Y cuando al cadáver le dan sepultura, en un cementerio de dimensiones humanas, siempre queda la posibilidad de que un vecino amable y caritativo, al ver flores frescas, recuerde quién está allí sepultado y rece una oración o tenga un recuerdo para el finado. En la ciudad no hay nada de eso. Quizá los del pueblo puedan permitirse el lujo de no esperar más que una oración de quien pasa por allí haciendo la visita, pero los de ciudad necesitan imperiosamente que un dios, con minúscula o un Dios con mayúscula se acuerde de ellos, porque los humanos me temo que no. Ah, y la liturgia de difuntos es hermosa (In paradisum deducant te Angeli; in tuo adventu suscipiant te Martyres, et perducant te in civitatem sanctam Jerusalem. Chorus Angelorum te suscipiant...). No tienen perdón de Dios los curas que la recitan como si se tratase de un monólogo mal escrito en una tarde de hastío.
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el marinero de los monegros
20 de septiembre de 2006 a las 12:08

Estoy plenamente de acuerdo Sixto. Los entierros en la ciudad son fríos, rápidos, yo diría que un trámite- doloroso- pero que hay que despachar por obligación. Esas naves de mármol, el sacerdote que desconoce en la mayoría de las ocasiones al difunto y a la familia, .... Pero no sólo la muerte, la vida en un pueblo tiene muchos inconvenientes - laborales, sanitarios, formativos,etc.- pero tiene un gran capital en lo humano, en lo cercano, en la conexión con lo natural que nos abre a Dios, en lo cultural - en las raices-, la conexión con un pueblo es algo antropológico. Sin embargo, en muchos territorios, los pueblos se mueren. No sólo los aldeanos ancianos, los pueblos también se mueren. Y no tienen ni un triste entierro.

tono
20 de septiembre de 2006 a las 22:07

¿por qué no hablan de la resurrecion?

JMValderas
20 de septiembre de 2006 a las 23:19

Querido Sixto, la liturgia de difuntos tiene, en efecto, un encato especial. Por la densidad de su textos, de los que recuerdas uno que conjuga la inmortalidad individual con la Iglesia triunfante. De las emociones que inspira esa liturgia dan buena cuenta las misas de requiem de tantos compositores de primera fila. O las películas. ¿Quién no recuerda la cadencia de la secuencia Dies illa dies irae del Séptimo Sello? ¿Quién no la asocia al tuétano de la existencia humana? Por esas carambolas del azar, tras leer su reflexión abría "Six impossible things before breakfast", de Lewis Wolpert, sobre los orígenes evolutivos de la fe. Wolpert es ateo, según cuenta desde los 16 años. Pone como ejemplo de cosas inverosímiles de creer la existencia de los ángeles, entidades que coloca en el mismo rango que los alienígenas y la telepatía. !Qué mal hemos explicado la Escritura para que se halle tan extendido semejante equiparación, incluso en científicos sobresalientes! ¿Por qué cuesta tanto hacer ver que no repugna a la razón desearle a un difunto que los ángeles te conduzcan al paraíso y los mártires te acojan y te lleven a la Jerusalén celestial?

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