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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

13
May
2011

Tienes las gafas sucias

2 comentarios

Mientras esperaba el autobús, una muchacha que estaba sentada a mi lado me dijo: “Tienes las gafas sucias”. Bueno, seguro que es verdad, ya que uno se acostumbra a una cierta cantidad de porquería en los cristales y ya no la ve, aunque esté ahí para el que mira con ojos diferentes a través de unos cristales ajenos. Me recordó algo que conté aquí hace tiempo, el tipo que me dijo “me gustan sus zapatos” y (cosas raras que tiene uno en la sesera) un pasaje de Wittgenstein en el que cuando alguien dice que el zahorí no puede realmente sentir la presencia de agua, el filósofo le inquiere: ¿acaso puedes tú conocer todas las sensaciones? La tendencia que cada quien tiene para determinar lo que puede y no puede sentirse y, por extensión, ser, está tan arraigada en nuestras profundidades que nos parece imposible que alguien crea de modo distinto o no crea lo que nosotros creemos (exactamente igual que pasa con el gusto estético). Será porque estoy escribiendo un capítulo sobre los milagros de la filosofía de la religión esa que tengo que terminar algún día que me vienen estas cosas a la cabeza. Si alguien me dice que tengo las gafas sucias y yo no me percato, ¿acaso no me voy a fiar de su testimonio? A lo mejor no es imposible que tenga las gafas sucias, quién sabe.

 

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Joaquin
14 de mayo de 2011 a las 14:58

Para el caso que propones, Sixto, propondría la siguiente objeción: Si el que tiene las gafas sucias no se 'percata', quien dice verlas sucias tal vez esté en el error, o peque de oficioso. No existe el "milagrómetro".

entós susurrante
14 de mayo de 2011 a las 16:42

El miedo a profundizar en el verdadero conocimiento de las cosas nos lleva a querer fundamentar de forma estable y definitiva lo que somos, lo que es la vida, con lo que nos han ido diciendo o con lo que “tímidamente” hemos ido aprendiendo o aceptando (bien por inercia o por rechazo explícito, viene a ser lo mismo) sin demasiada –o ninguna- reflexión ni revisión por nuestra parte. Esto hace que “aterrorizados” ante la posibilidad de quedarnos “sin suelo” “blindemos” el significado de esas ideas pre-establecidas, que, por supuesto, condicionan nuestras percepciones, como únicos jueces de la verdad. Ese miedo, que no es sino miedo a la muerte, a quedarnos sin nada, a desaparecer, solo puede neutralizarse profundizando con sinceridad y decisión en el verdadero conocimiento de las cosas, admitir como cambiante lo que no puede ser más que parte de un proceso pero que tiene su sentido en las seguras y sólidas raíces de lo esencial e inmutable que no está sometido al tiempo. La filosofía al igual que la religión conducen a esta comprensión, ambas ayudan al hombre a descubrir de verdad quién es, de modo que al experimentar la vida con esa parte que percibe lo sensible y está sometida al cambio, no tema nada porque reconoce y siente al mismo tiempo sus sólidas raíces más allá de lo material. De este modo ¿quién puede pensar que el otro está equivocado porque ha advertido suciedad en gafas ajenas y sentirse agraviado por ello? ¿Quién condenará a los que les guste –o no- determinada obra de arte por percibir o no adecuadamente? Del conocimiento de nuestro verdadera esencia solo puede surgir la comprensión y, por lo tanto, la capacidad de entrar en diálogo para fundamentar nuestras opiniones, porque escucharemos de verdad a los demás y sabremos iluminar nuestro discurso, respecto a la realidad de las sombras, con esa certeza que va adquiriendo quien decide salir de la caverna hacia la luz. Y es que en la oscuridad, no es que nuestras percepciones visuales sean falsas, es que el "material sensible" no es fácil de discriminar.

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