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Sep2006Más arte (iraní) y menos espectáculo
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2006Sep
Acabo de ver la película iraní “Leila”, una historia de un amor tan fuerte que acaba por destruirse. Es una cinta de esas que los angloparlantes llaman “a must-see”, o sea, algo que no hay que perderse. Se la recomiendo vivamente. La semana pasada me empapé con “Los niños del cielo”, también iraní, una bellísima y delicada fábula sobre dos hermanos que tienen que compartir sus zapatos, porque el par de uno de ellos se ha perdido y de donde no hay no se puede sacar. Sobra decir que me encantó y que hacía tiempo que no veía nada tan bueno. En todo caso, una de las lecciones que saco del estas sesiones de cine iraní es que en el fondo (y sin escarbar demasiado), todos somos muy semejantes, casi diría que iguales. La cultura es una segunda naturaleza, sí, pero no destruye ésta, sino que, como la gracia, en términos de Tomás de Aquino, la perfecciona. Los constitutivos antropológicos están ahí y por muy postmodernos que queramos ser y aunque queramos apuntarnos al último berrido de un filósofo de nombre impronunciable, la humanidad subyace a nuestros actos. Amor es amor, fraternidad es fraternidad, autoridad es autoridad, tradición es tradición, aunque tengan más apariencias que cabezas la medusa. Y en el arte (fílmico o cualquier otro) se reconocen. Por eso decía Dewey que el arte es la mejor ventana entre culturas. Olvídense de los telediarios, que siempre nos sacan a los descendientes de los persas pegando alaridos, como una panda de descerebrados. Supongo que la imagen que ellos tienen de nosotros, si les llega a través de los “hooligans”, hinchas y demás jarca deportivera que merodea por nuestros feudos, será bastante semejante a la que los medios de comunicación nos transmiten de ellos (dependiendo de a qué grupo pertenezcan, es obvio). En suma, más arte y menos espectáculo. Vale