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Ago2006Milton Montesinos
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Ago
de Sixto Castro Rodríguez, OP
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Ayer, una sobrina de Eduardo Romero OP, me juraba y me perjuraba lo siguiente: “mañana fuimos a…” No me acuerdo a dónde “fuimos”, porque las neuronas estaban a plena producción analizando la frase de la pequeña Génesis y tratando de hacerle entender, de un modo un tanto ridículo por mi parte, que o fuimos o mañana. Pero ¿por qué tiene que ser así? ¿No puede ser que fuimos mañana? ¿Por qué el lenguaje es tan tramposo y nos hace aparecer como imposible algo que es perfectamente posible? Si Génesis perjuraba, y su hermana Jennifer ratificaba, sería porque, en efecto, mañana fuimos. Santo Tomás lo sabía muy bien (no me lo imagino participando en este tipo de aventuras disquisitivas, aunque quién sabe): lo importante es la res, la cosa; las palabras están al servicio de la misma. Hoy en día a los filósofos nos resulta difícil precisar (y aventurado defender) que haya “algo” detrás de las palabras. Derrida y sus secuaces saltarines nos han entregado en las garras de un juego, el juego que el lenguaje juega consigo mismo y con nosotros. No parece haber nada detrás del discurso. ¿Fin de la historia? Me temo que no. Génesis y Jennifer no jugaban (en el sentido burlón de la palabra). Sabían perfectamente qué querían decir. Igual que Tomás de Aquino.