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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor


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5
Ago
2006
Milton Montesinos
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Ayer tuve la suerte de asistir a una representación teatral del sermón de Montesinos en la República Dominicana. Para los dominicos y para cualquier persona de bien (o de mal, pero más o menos inteligente) es una cumbre en la historia, una predicación modelo, tanto por la fuerza de la palabra como por la filosofía que subyace a la misma. La interpretación de Fran Milton, con su hábito blanco y su mirada joviana, lanzando proclamas y arengas, fue brillante. Hasta hace poco, y esto es bien propio de los dominicos (olvidar la tradición propia y mirar en rincones ajenos), consideraba que lo más grande que se había escrito acerca de la dignidad humana, dejando al lado el célebre discurso de Pico de la Mirandola (quien, dicho sea de paso, murió con el hábito dominicano), era el monólogo de Shylock, el judío de El Mercader de Venecia, de Shakespeare. Pero ayer las palabras de Montesinos-Fran Milton resonaron en el convento dominicano de Santo Domingo, en la República Dominicana, y resonaron como anteayer, es decir, cien años antes que las de Shakespeare: ¿acaso no son hombres? ¿Acaso no tienen ánimas racionales? Parece que fue hoy.

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1
Ago
2006
Génesis de Aquino
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Ayer, una sobrina de Eduardo Romero OP, me juraba y me perjuraba lo siguiente: “mañana fuimos a…” No me acuerdo a dónde “fuimos”, porque las neuronas estaban a plena producción analizando la frase de la pequeña Génesis y tratando de hacerle entender, de un modo un tanto ridículo por mi parte, que o fuimos o mañana. Pero ¿por qué tiene que ser así? ¿No puede ser que fuimos mañana? ¿Por qué el lenguaje es tan tramposo y nos hace aparecer como imposible algo que es perfectamente posible? Si Génesis perjuraba, y su hermana Jennifer ratificaba, sería porque, en efecto, mañana fuimos. Santo Tomás lo sabía muy bien (no me lo imagino participando en este tipo de aventuras disquisitivas, aunque quién sabe): lo importante es la res, la cosa; las palabras están al servicio de la misma. Hoy en día a los filósofos nos resulta difícil precisar (y aventurado defender) que haya “algo” detrás de las palabras. Derrida y sus secuaces saltarines nos han entregado en las garras de un juego, el juego que el lenguaje juega consigo mismo y con  nosotros. No parece haber nada detrás del discurso. ¿Fin de la historia? Me temo que no. Génesis y Jennifer no jugaban (en el sentido burlón de la palabra). Sabían perfectamente qué querían decir. Igual que Tomás de Aquino.

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28
Jul
2006
Uno solo
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¿Qué puede significar hoy aquello de un solo señor? Bueno, muchas cosas, y probablemente ninguna más verdadera que otra, como sostienen los deconstruccionistas. Pero en este juego de interpretaciones que ellos proponen, yo me voy a inclinar por una, que es la que más gusto me produce: atrévete a ser libre. ¿Puede uno imaginarse el mundo antiguo, invadido de dioses en cada cruce de caminos, en cada árbol, cada uno de los cuales exige su liturgia y su sacrificio? El buen salvaje de Rousseau sin duda era bueno, un filósofo desnudo, pero tenía que sufrir horriblemente, porque la naturaleza le exigía su pago de ofrendas en cada rincón. De repente, el Nazareno entra en la historia, de modo imposible de prever, y revela una imagen de Dios completamente original y nos dice: pensad y obrad por vosotros mismos, pues la gloria de Dios es la vida del hombre, como glosó San Ireneo. No obstante, esto que parece tan chulo y tan facilón, es el verdadero peligro. El poder, que para Nietzsche era la sustancia del mundo, no se deja vencer tan fácilmente y las causas segundas de las que hablaban los ocasionalistas se van a rebelar, porque para ellas el poder es su razón de existir (y claro que hay causas segundas dentro de la Iglesia, hombres de Iglesia que han olvidado ser hombres de Dios). Que no le cuenten milongas. En buena parte de las ocasiones, quien se quiere cargar por decreto o por la fuerza la religión (o ponerla al servicio de…) se quiere cargar su libertad y someterle bajo un yugo bien poco liviano. Alguien dijo una vez que se había hecho fraile para ser libre. Creo que anda por ahí tratando de que no le desmochen sus altas y nobles aspiraciones.

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26
Jul
2006
La memoria (la tuya guárdatela)
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Con todo esto que se nos viene encima de la recuperación de la memoria histórica (el calificativo ya me resulta sospechoso, por innecesario, pues ¿hay alguna memoria que no sea histórica?) me temo lo peor, es decir, tortazos de nuevo. Una de las cosas buenas que trae la postmodernidad, tal como la entienden los teóricos de la misma, es que los metarrelatos se han agotado, de tal modo que no es que sólo quede el fragmento, como algunos postulan, y las historias fragmentarias, sino que nadie tolera que le impongan una determinada visión global de la historia. Y en eso somos muchos los postmodernos. No pienso tragarme una visión maniquea de la historia de España sólo porque cuatro políticos y los estómagos agradecidos que les cantan las loas lo digan. Pero esa “revisión” no comenzará mañana, no, sino que ya comenzó hace tiempo. Como ejemplo un botón. Hace un tiempo fui a un entierro en mi pueblo y para mi sorpresa, han puesto una placa en el cementerio en el que se homenajea a las víctimas de las “hordas fascistas”. Tal es la ignorancia histórica que provoca las generalizaciones. Como las hordas fascistas ganaron la guerra, los que la perdieron deben, sin más, ser objeto de homenajes. Lo siento, pero en mi pueblo cayeron más pertenecientes a las “hordas fascistas” que a “los luchadores por la utopía” (¿ven qué fácil y qué poca inteligencia hace falta para ser maniqueo? Un par de adjetivos aquí, una palabrita allá y a correr) y no tienen homenaje. ¿Que ya tuvieron lo suyo durante cuarenta años de dictadura? Es mucho decir, y es decirlo gratuitamente. Nadie en su sano juicio, que no sea un político de garrafón, sostendrá esa visión tan pedestre, como si los que “ganaron” la guerra (no todos los que estaban en el bando ganador ganaron la guerra, es más muchos no sabían ni en qué bando estaban: simplemente les tocó estar aquí o allá ) hubiesen gozado del paraíso en la tierra durante cuarenta años. La reconciliación pasa por no aceptar ningún metarrelato. Si alguien considera que unos tuvieron cuarenta años de gloria y que ahora han de pagar con otros cuarenta años de humillaciones, están errados. La mayoría de los que hoy poblamos España ni ganamos ni perdimos, simplemente estamos, así que déjennos en paz y hagan lo que tienen que hacer, a saber, construir la polis, que para eso cobran cantidades vergonzantes de dinero.

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22
Jul
2006
Antropología aeroportuaria
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Acabo de saltar el charco atlántico, lo que me ha permitido (obligado sería más correcto) zascandilear por cuatro aeropuertos de dos continentes. Qué cosa tan aburrida. Si no fuese por unos detalles más o menos kitsch y supuestamente representativos de la cultura de cada uno de los países en los que se asientan, habría que decir que son lo más uniforme que hay en este mundo de Dios, todos ellos presidios por dos ideas capitales: seguridad y sacarle el dinero a uno. Supongo que habrá razones económicas de peso, de tasas, de aranceles o vaya usted a saber qué, pero no me explico cómo por una café y un horroroso bollo uno paga casi 4 euros (desde luego, un bocadillo con un aspecto medianamente apetecible es prohibitivo: creo que el voto de pobreza, como un superyo cabreado, estaría apaleando mi conciencia una semana), pero aún así, vale más llevarse el café hecho de casa. Y la seguridad, ah, la famosa seguridad. Un aeropuerto debe ser un sitio más seguro que Fort Knox, a tenor de las veces que le registran a uno, las fotos que le toman, las miradas que le echan, los escáneres que pasa… Un aeropuerto es la puesta en práctica de la antropología agustiniana y, en su extremo, luterana y calvinista. Tras el pecado de Adán, el hombre no puede hacer nada bien, está corrompido. San Agustín, al menos, confiaba en la gracia. Pero los cancerberos aeroportuarios no. Porque si nos atenemos a los hechos, no haría falta tanta seguridad, pues con la mitad basta y sobra. Pero lo importante es la apariencia, la apariencia de que allí no puede pasar nada: esté tranquilo, que vamos a mirar sus entretelas hasta tal punto que los demás viajeros no podrán hacerle nada.  Es como si me obligasen a tomar jarabe para curar la tos que no tienen los que comparten aeropuerto conmigo en un momento dado. Las falsas seguridades, de las que tan enemigo es Jesús Espeja OP, se han impuesto en nuestra vida cotidiana. Y luego, cuando algo pasa, nos preguntamos dónde estaba Dios. Probablemente estuviese revisando los tratados de antropología que escriben las autoridades aeroportuarias.

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20
Jul
2006
La santidad perdida
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¿Por qué Tierra Santa es la menos santa de las tierras? Mira que me gusta ver mundo, pero Israel no me atrae lo más mínimo. Quizá sea porque preveo que estará atestado de turistas y peregrinos, o que me van a registrar hasta la campanilla antes de entrar (y la verdad, aunque me considero manso, me da que hay límites de intimidad que no deben traspasarse, por mucho que esas porquerías de los “reality shows” –no hay mayor oxímoron, porque un show nunca es real, sino ficcional por definición, pero bueno– hayan hecho popular la idea de que pudoroso es sinónimo de estrecho, de mojigato o de bobo). Confieso que mi experiencia frailuna sólo experimentó un vuelco cardíaco en uno de los lugares dominicanos (ni en Caleruega, ni en Prulla, ni en Fanjeaux….): en San Marcos de Florencia. Las celdas decoradas por Fra Angelico me pusieron un nudo en la garganta. Aún no he tenido suficiente tiempo para desentrañar el porqué, a ver si a lo largo de los próximos cincuenta años… Con esto quiero decir que lo local no suele incidir en mi experiencia religiosa. Por eso no me atrae Israel. Pero no soy tan tonto como para no darme cuenta de que el futuro se está cociendo allá, quizá como si fuese el campo de pruebas de estrategias más globales. La Tierra Santa se ha convertido en la Tierra sanguinolenta. Probablemente, la historia ha derramado más sangre allá que en ningún otro sitio, y me inclino a pensar que no sólo por razones religiosas. Detrás de éstas, o al lado de las mismas, suele haber otras, del tipo que sean. No se mata a nadie sólo por razones religiosas: la religión es habitualmente una excusa para identificar otros rasgos que califican a las personas como “de las nuestras” o “de los otros”, como lo son el color de piel, el acento o las costumbres. Mientras me tengan miedo en Israel y yo se lo tenga a ellos, no creo que me deje caer por allá (dejando aparte que no tengo un duro, claro).

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13
Jul
2006
Las monjas de 800 años
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Llegan (o han llegado) las vacaciones, pero hay algo que no cesa: el 2006. ¿Qué tiene de particular? Supongo que muchas cosas, pero hace un rato andaba zascandileando por ahí y me encontré con un tríptico sobre el octavo centenario de la fundación de la Orden dominicana, concretamente la fundación de las monjas dominicas. Algo tendrán cuando llevan 800 años ahí, sin prisa, pero sin pausa, como dijo aquel excelente presidente de España. Hojeo y ojeo el tríptico y veo que la federación de monjas de España, que tiene 50 añitos como tal, aglutina conventos cuya fundación se remonta al siglo XIII. Vamos a ver: siglo XIII. Desde entonces hasta ahora han pasado mucho más que 7 u 8 siglos. Han pasado vidas, guerras, historias, tormentas, pestes, milagros. Y ahí siguen ellas, las monjas. Siempre hay un listo, más o menos cada 4 ó 5 años, que suele salir por la tele, lo que parece conferirle una autoridad especial, que dice que estas mujeres (o sus colegas masculinos) no tienen función en la sociedad, porque no producen calcetines, papeles, periódicos y otras mamarrachadas y no consumen su vida en ocho horas de estúpida rutina. El que no vale “pa’ná” es el que sale en la tele, y no voy a gastar ni media idea en replicar a ese argumento sacado del garrafón de los pensamientos baratos. En el instituto de estudios avanzados de Princeton pagan a la gente por pensar. En la Orden dominicana tenemos monjas que llevan ocho siglos rezando, gratis. Dios, qué suerte tenemos los dominicos y los que aún sin saberlo, están en la oración de estas hermanas.

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11
Jul
2006
Amarás a Dios...
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El capítulo uno de la espléndida serie de películas de Kieslowski denominada “El decálogo” lleva por título, como no podía ser de otro modo, “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. En ella se nos cuenta la historia de un niño polaco que ha crecido educado por su padre, comunista y ateo, como mandaban los cánones de la época, pero que ha oído hablar de Dios a su tía. La pregunta, la gran cuestión, aparece cuando el niño se encuentra con el cadáver de un perro: ¿qué pasa con ese animal? ¿Por qué ha muerto? El padre le da la respuesta del materialismo más craso. No pasa nada, se acabó su ciclo. Eso es todo. El día del cumpleaños del niño, un día de duro invierno, el padre le regala unos patines y consulta su ordenador para ver si el hielo del lago de la ciudad en la que viven es lo suficientemente grueso para patinar. El ordenador hace sus cálculos, supongo que atendiendo a temperatura, tipo de agua, presión atmosférica y vaya usted a saber qué, y determina que sí, que el grosor del hielo es suficiente, así que le permite gozar de la pista de patinaje. Pero, hete aquí que el hielo se rompe y el niño se ahoga. Váyale usted ahora con darwinismos al padre y con explicaciones de causa y efecto, etc., etc. Este hombre, roto por el dolor, va a un santuario, y en una escena de una belleza inenarrable, se abalanza sobre las velas que adornan el iconostasio y de un manotazo las lanza contra el icono de la Virgen, de modo que la cera derretida semeja lágrimas en el rostro de María.
Hace un par de días se estrelló un avión en Rusia. No se sabe exactamente por qué. Lo que nos dice nuestro cartesianismo laplaciano es que la ciencia dará con la clave y nos dirá qué pasó, como hará absolutamente con todo. A veces dudo de ello. La famosa teoría del todo a la que aspiran los científicos es un mito muy viejo, que en otras épocas fue conocido por el nombre de piedra filosofal. Se dice que alguien la encontró, pero nadie sabe quién ni cuándo ni dónde. Hay cosas que son del ámbito de la creencia. Lo dijo Kant: tuve que delimitar el ámbito de la ciencia para dejar espacio a la fe.
 

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8
Jul
2006
Democracia en la Iglesia
9 comentarios

Todo un día de votaciones. Es lo que tiene la democracia, que hay que elegir. Uno de los estereotipos más cutres que rondan por la mente de algunos domingueros intelectuales es que no hay democracia en la Iglesia o que la Iglesia no admite, por mandato divino, la democracia. Porque tú lo digas, le contesto a quien ello dijere. Los dominicos llevamos 800 años de democracia y también somos Iglesia, mal que les pese a algunos. Lo que sí es cierto es que entre nosotros no hay eso que se llama “democracia formal” y que, siendo democrático el procedimiento de elección, la cosa es algo más complicada. Porque no me digan ustedes que democracia es votar a unos tipos para que hagan lo que les dé la gana durante cuatro años. No, nosotros no hacemos eso. Cuando uno emite un voto se pone él mismo en ese voto, pero antes ha habido largas discusiones, sesiones de pasillo, etc. Por eso las cosas van despacio, porque hay que cocer a fuego lento, reflexionado por todos, lo que finalmente todos aceptan como propio. La democracia supone verse las caras y oírse los pensamientos, porque se vota con la cabeza, pero también con el estómago, con los pies y con las narices. Sólo así aguanta 800 años un sistema de gobierno. Ad multos annos.

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7
Jul
2006
Apropiarse del tiempo
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Alguien ha dicho por aquí que hablar, reunirse y charlar es perder el tiempo. Aunque no fuese para nada más que para charlar, compartir cosas, verse las caras y narrar las aventuras vitales, un capítulo provincial merecería muchísimo la pena, al igual que la merecen los capítulos generales y otro tipo de reuniones. Claro que sí, claro que hay quien, cuando no quiere resolver un problema, monta una comisión, que ya se encargará de echar la suficiente información encima de ese asunto para que al final nadie sepa dónde, cuándo ni por qué empezó todo. Pero aquí no es así, vamos eso creo yo. Aquí se trata de pararse. Y pararse significa detenerse, como María la hermana de Marta, azorada ésta para acá y para allá. No soy amigo de ir a cementerios, pero voy de vez en cuando. La única manera de rendir al difunto amado el tributo que se merece es ir allí y, no teniendo otra cosa que hacer, prestarle memoria durante ese tiempo despojado de otros quehaceres. La vorágine cotidiana no es amiga de la reflexión. La celda, el claustro sí lo son. Quizá usted piense que eso es perder el tiempo. Me parece perfecto: puede usted ganarlo como mejor le parezca. Pero la manera en que uno elija apropiarse del tiempo es el modo como puede ganar su vida. Y no es sólo el evangelio quien lo dice. Si no cree al escritor sagrado, crea a Heidegger, que dice lo mismito.

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