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Jul2008Apariencias desde las lejanías
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Jul
de Sixto Castro Rodríguez, OP
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Para entrar con alegría, solaz y contento en estas vacacioncillas que se avecinas, quiero compartir un anuncio que aparecía ayer en El País, publicidad de una cadena televisiva, muy bien hecha. Y lo es porque tiene como objeto de sátira a los intelectuales que son los popes de la cultura, del mundo y de la corrección en nuestro mundo cotidiano. ¿Quién dijo que no existían las fuerzas de ocupación en el mundo occidental? Claro que existen y son los listos de turno, los que expiden las licencias de lo que se debe creer, de lo que se puede hacer, de lo que se tiene que decir y de lo que cabe esperar. Y, en no pocas ocasiones, bajo un tupido velo de abstrusa teoría no hay más que un papanatas de cerebro hueco, corazón vacío y hueras creencias. ¡No me digan que no es gracioso esa treta barata de generar frases grandilocuentes que, sí, seguro que dicen algo (porque todo dice algo), pero que podría haber generado una calculadora Casio de primera generación! O el aire interesante, como el que ponen los ministros y los intelectuales apesebrados cuando escuchan la voz de su amo. Que sí, que hasta que algo o alguien no puede reírse de sí mismo es que, o bien no se toma suficientemente en serio (falta de autoestima que se combate atacando al otro) o se toma demasiado en serio (falta de autoestima que se manifiesta en hieratismo ridículo). Riámonos de todo, que las vacaciones –aunque sólo sean porque el ambiente veraniego parece sinónimo de ellas– son tiempo de ocio, no de negocio.
He estado leyendo el relato de “El hecho extraordinario” de García Morente, editado por
El rescate de Ingrid Betancourt, por lo que parece, ha supuesto en Colombia un revulsivo semejante a lo que supuso en España años ha el rescate de Ortega Lara. He estado echando un vistazo al vídeo de su liberación (en el que sólo se ve el antes y el después del hecho) y puedo imaginar que cuando a los secuestrados recibieron la noticia de su liberación se produjo ese fenómeno que Aristóteles teorizaba en su Poética, la anagnórisis, el conocimiento de un hecho que cambia por completo una situación, su significado presente, p
Una vez que Dios hubo distribuido todos los arquetipos en la creación –nos cuenta Pico de la Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del hombre– y dado que, al final, le quedaba por dar un lugar al ser humano, decidió ponerle en el centro de la creación, y le dijo: elige. Puedes ser planta, serpiente, cerdo, águila o ángel. Puedes ser lo que quieras. Y ese cristianismo neoplatónico sigue teniendo un sabor especial para los que confiamos en las posibilidades del hombre. En esta época de locos, en la que todo el mundo sabe muy bien qué debe hacer cada quien (sobre todo los demás) y no sólo lo sabe, sino que lo impone por la fuerza coercitiva no tanto de los argumentos cuanto de las acciones inmoderadas, Pico resulta tan esclarecedor que casi asusta: puedes ser lo que quieras. Si quieres ser ángel, adelante. Si quieres ser víbora, bienvenido… pero hagas lo que hagas será responsabilidad tuya, porque no podrás descargar el peso de tu esencia sobre un arquetipo preexistente. No podrás decir: fui esclavo porque estaba predestinado a ser esclavo. No. Sólo podrás hacer y con ello hacerte a ti mismo. Suena tan existencialista, tan contemporáneo, tan del 68…, pero es de Pico -aquel que murió en San Marcos de Florencia con el hábito dominicano, después de haber tenido que salir por piernas enn una ocasión tras haber raptado a la esposa de un Médicis (nunca es tarde para ingresar en la Orden)- y, si rebuscamos un poco más atrás, de San Agustín. En fin, ¿quién, en su sano juicio, se atrevió a afirmar que la religión y la razón estaban reñidas?
Estaba leyendo El viajero, el suplemento sabatino de El País, que dedica un monográfico a Asturias. Mi lectura era dirigida, muy dirigida, totalmente dirigida: sospechaba que iban a hablar de lo de siempre y a olvidarse de Cangas del Narcea, mi pueblo de origen. Y así fue. Se confirmaron mis peores temores. Se habla de todo, de las cosas más sublimes y de las mayores paridas asturianas (porque en Asturias también hay paridas, como en todas partes) y sólo dos líneas miserables glosan la fiesta que ahora se avecina, la fiesta del Carmen, con su Descarga y todas las cosas anexas. ¿Acaso estoy errado y no es digno de ver Cangas? Puede ser, pero creo que la mayoría podríamos convenir en que, además de ser el mayor consejo de Asturias (razón por la cual cabe suponer que algo habrá que ver, aunque no se siga tal inferencia), el monte/bosque de Muniellos merece la pena, así como la inmensidad de valles y puertos que conforman su geografía. Pero me da igual. En este caso (aunque se pueda discutir en otros), los hechos están ahí y el valle de Naviego no tiene nada que enviar a ningún rincón austriaco por el que Heidi pudiese haber correteado. ¿Qué nos queda? Si los datos están, si de vez en cuando aparece algún visitante que queda extasiado y vuelve…, ¿por qué el periódico habla de todo menos de nosotros? Pongamos un ejemplo y hagamos la analogía: cabe la posibilidad de que exista una enorme bolsa de petróleo en el pueblo de Tebongo. Está ahí, pero, que yo sepa, nadie la conoce. Los tebongueses nombran a X como encargado petrolero, y X se dirige a Y para contarle que el futuro económico de la región está solucionado: vengan y extraigan el petróleo. Pero sucede que a X se le olvidó hablar con Y, o nadie sabe quién es X, o simplemente X prefiere que nadie venga a buscar el petróleo, por la razón que sea. ¿Se entiende la analogía? ¿Por qué somos los más desconocidos de Asturias (con la excepción de Ibias)? ¿Por qué, si tenemos tanto o más que los otros? No es conspiranoia, es sospecha de que X, sea quien fuere, no ha hecho los deberes.
Uno de los Carmina Burana decía algo así como “In taberna quando sumus non curamos quid sit humus”. He mirado por internet a ver si recordaba bien la frase y me he encontrado con una traducción horrenda, pero eso es otro cantar, el cantar de que el latín, ay, queda reducido a cuatro gaticos y un par de monetes, que dirán los chicos de Muchachada Nui. A lo que íbamos: donde dice taberna puede leerse fútbol, libros hueros, revistas, cotilleos, política civil o eclesiástica, tenis, bodas y banquetes de gentecillas, recochineo a costa de alguien, sentimientos de poder propio, hybris, vanidad, etc. etc. Cuando estamos instalados en estas cosas, no pensamos en que somos mortales ni en que podemos malgastar nuestra vida, ni en que, aunque todos la malgastemos de un modo u otro (ningún mortal es feliz), no todas las maneras de tirara por la borda son igualmente justificables ni punibles. Quien llega al final con algo en las manos no es igual que quien llega sólo con infinitos romances televisivos, ligues con famosos/as (de nuevo televisivos) o cualesquiera cosas semejantes... y nada más. ¿Quién no se ha sentido pletórico con la victoria futbolera de España? Me imagino que multitudes, pero reconozco que un número impresionante e inconcebible de personas han vivido esa victoria como si se tratase de algo totalmente personal, cuando en realidad sólo hay una comunicación simbólica y ritual con lo que acontecía a unos cuantos miles de kilómetros de aquí. Claro que eso es real, pero ¿es auténtico? ¿Es acaso un momento de taberna, de solaz y contento, o es que el constitutivo de nuestra vida es puramente tabernario (porque después de esto vienen el trofeo X, el campeonato Y, el tenis V y la lucha tailandesa Z)? Y como si fuese un columnista-filósofo de esos que pululan por la prensa escrita, me tomaré la libertad de llamar a esta caricatura que hago de lo que Heidegger llamaba existencia inauténtica, existencia tabernaria. Me ha gustado.