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Jun2008Dominicanos
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Jun
Me acabo de enterar, por boca de una modelo a la que le estaba afectando el mal de altura, que el origen del nombre de
de Sixto Castro Rodríguez, OP
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Me acabo de enterar, por boca de una modelo a la que le estaba afectando el mal de altura, que el origen del nombre de
En el libro segundo, capítulo XII de sus Ensayos, Montaigne recuerda al rey San Luis quien, “cuando aquel rey tártaro que se había hecho cristiano quería venir a Lyon a besarle los pies al papa y a comprobar la santidad que esperaba encontrar en nuestras costumbres [tuvo razón] en disuadirle inmediatamente, temiendo, por el contrario, que nuestra desordenada manera de vivir lo apartara de tan santas creencias. Aun cuando después aconteció de muy distinta forma con aquel otro, el cual, habiendo ido a Roma con ese mismo fin, viendo la corrupción de los prelados y del pueblo en aquellos tiempos, reafirmose tanto más en nuestra religión, considerando cuánta fuerza y divinidad había de tener para mantener su dignidad y su esplendor en medio de tanta disolución y en manos tan viciosas”. Me hizo gracia leer este p
Estaba escuchando en la radio unas cosas conspiranoicas. De un tiempo a esta parte, mucho personal está obsesionado con encontrar códigos que nos indiquen la fecha del fin del mundo. ¿Para qué? ¿De qué sirve saberlo? ¿Para venderlo todo o meterse en una hipoteca que se sabe que nunca se ha de pagar y así reírse de los banqueros? ¿Para cometer alguna tropelía que no pueda ser penada, como si uno tuviese el anillo de Gyges? No sé. Sirve para bien poco, como sirve esa cosa medianamente cabalística, ocultista y muy secreta oculta en los cuadros de Miguel Ángel de la que se hacen eco los medios hoy. Que en los cuadros se ve más no de lo que hay, sino de lo que puede haber es clarísimo, sobre todo porque nos encanta buscar claves ocultas de tesoros en este mundo aparentemente desencantado. Que hemos perdido la posibilidad de leer ciertos lenguajes que eran más o menos comunes en la época de construcción de ciertos edificios o de la pintura de ciertos cuadros, también es verdad. Pero resulta que, de haber olvidado algo no se sigue que ese algo haya sido deliberadamente ocultado. Y con esto voy a lo que iba. Anteayer se murió un fraile, José Luis Pérez, a los que los alumnos de la Virgen del Camino llamábamos El Chechu (lo digo por si alguno de mis lectores puede reconocerlo mejor así). Fue mi profesor de lengua y de latín, un excelente profesor, durísimo, quizá el más duro que recuerdo, pero si le seguías el ritmo aprendías, vaya que sí. Cuando llegué a la universidad con el latín que había aprendido con él casi pude dedicarme a vivir de rentas. Siempre trató de sacar a la luz esa lengua que fue la lengua franca durante, grosso modo, quince siglos y que hoy se ha olvidado prácticamente, lo cual no es ni bueno ni malo, simplemente quien no puede manejarse en ella es objeto de piedad (como es objeto de piedad quien no sabe ver cine, entender un teorema o deleitarse con un cocido, pues se le escapa algo de lo humano). El Chechu enviaba para Sibería (era su frase) al que no sabía la lección. Una vez, nunca lo olvidaré, preguntando algo de latín pasé algo de vergüenza, porque no se me daba mal y, tras haber preguntado por toda la clase, me miró y dijo: “Ustedes son el desierto, vayamos al oasis”. Jajajaja. Todavía lo recuerdo, como recuerdo a uno de mis compañeros, aterrorizado en sus clases de latín, conjugando el imperativo de moneo, de modo silábico, porque temblaba tanto que no sólo se movía el pupitre, sino que su voz era un puro entrecorte: mo-ne, mo-ne-to, mo-ne-te, a-mo-to… Así, “amoto” pasó a formar parte de ese tiempo verbal. Me viene a la memoria también que una vez, recién llegado de un balneario, nos decía que nunca sabíamos cuándo nos sería útil el latín. De hecho, él acababa de leer allí “istae aquae non te nocebunt”. Sin duda, las aguas que nos dio a beber no nos dañaron. Al contrario. Mucho es lo que le debemos. Que Dios lo tenga en su gloria.
Cuando uno se da de cara con la verdadera política, la que no forma parte de los discursos que tratan de convencer a los votantes, sino la que se ejerce directamente sobre los ciudadanos, se encuentra con paradojas que difícilmente pueden justificarse o, mejor dicho, para las cuales toda justificación es inadmisible. Hace tiempo que lo conté en uno de mis blogs, no recuerdo en cual, quizá cuando todo ello sucedió, pero ¿qué más da cuándo empezó? Lo que cuenta es que sigue. Retomo la historia. En mi pueblo, después de las últimas elecciones municipales, se aliaron, contra natura (porque las cosas que van siendo contra natura cambian, pero vaya si existen) la derecha (PP) y la izquierda más extremófila (IU) para desalojar a la otra izquierda (PSOE). Resulta que, sumados los concejales, había mayoría. Y por tanto, concluyó algún oligofrénico, democracia. Veamos. Cuando nuestro tío Rousseau hablaba de la voluntad general se refería a cualquier cosa menos a eso. Lo que ha resultado en el ayuntamiento de mi pueblo es cualquier cosa menos la voluntad general: nadie, ni en general ni en particular, quería lo que ha sucedido, quitando, eso sí, a los cuatro que están viviendo a costa de una situación ficticia e insostenible si no es por el recurso a la fuerza. El que los concejales de dos partidos hayan sumado sus fuerzas para dar lugar a un engendro de gentes ideológica y políticamente lejanas (pero quizá más cercanas en otros aspectos menos “publicables”), ¿convierte esa acción en democrática? No es que lo dude, es que lo niego. El que todos los miembros de la comunidad frailuna en la que vivo decida, por mayoría absoluta, aplastante y acaramelada, que de mañana hasta el fin de mis días tengo que fregar cada baldosa de mi habitación diez veces, de modo compulsivo, ¿convierte esa decisión en democrática? La respuesta, después de la publicidad. ¡Qué desastre!
Creo que voy a tener que dejar de leer prensa antes de meterme en la cama, porque es ahí, y algunos otros sitios que no vienen al caso, donde suelo leer, ojear y hojear los suplementos culturales (más o menos culturales) de los periódicos, y a veces me deja mal cueepo. Ayer leía el Babelia de El País del sábado pasado, concretamente la glosa que un colega filósofo hace a las obras de Onfray, un señor que, cabe la posibilidad, recibió una torta de algún cura cuando era más joven, y se ha empeñado, desde entonces, que hay una consigna universal, una especie de “masterplan” para que no se lea a determinados autores, proscritos por la Iglesia y otras instituciones de mal vivir. Tales autores son los epicúreos y en general la gente que pone el placer (preferiblemente corporal) por encima de cualquier otra cosa. Confieso que sólo he leído dos libros de este cretinillo que los medios cacarean como el nuevo Voltaire. Y ¿por qué sólo dos? Por varias razones, pero la primera es porque se ha montado una gran película (esa Bastilla defendida por escolásticos malhumorados que no dejan que quienquiera se rasque sus partes cuando le apetezca) y a vivir del cuento. La segunda es porque sus libros están muy poco fundamentados. Y la tercera, porque están mal escritos. Aún quedaría una, su chulería, que me suele repeler como la colonia barata, que tiene mucho alcohol y es un tanto estomagante. Y entre eso, y que mi tiempo es limitado y si lo quiero perder, lo pierdo con quien quiero y cuando quiero, pues no me ha quedado otra que, tras haber leído esos dos libros de este tipo, pensar: los próximos los va a leer su abuela de usted. Pero bueno, no seré yo, y creo que ya lo dije, quien diga qué tiene que leer cada quien. Hay cosas que sólo se aprenden en carne propia. Lo que sí quería decir, y este es el meollo del asunto, es que el que glosaba sus libros recordaba, supongo que citando al “pensador” francés, que tal lumbrera había estudiado en un colegio religioso de hermanos (y no diré quiénes, para que no salga este par en los buscadores de internet) pederastas. Así, si más problemas. Usted llama pederastas a unos frailes y se queda tan pancho, porque no hay necesitar de aducir pruebas. Si a alguien otro, en este país, se le llamase pederasta (que es lo peor que se le puede llamar a alguien hoy, no sin razón), probablemente montaría un pollo judicial que saldría hasta en los programas sabatinos. Pero es a unos religiosos. No sé de qué me dan ganas, pero desde luego de quedarme sentado no.
Ayer me ponía yo a pensar en una cosa aparentemente sin importancia, pero que, si se le da un par de vueltas más, la tiene, vaya que sí. Pensaba yo en la cantidad de frailes que nos han precedido, que no es incontable, pero casi. Y pensaba para mí: estas gentes forman parte de la historia inaccesible. No es que estén completamente ocultos. Seguramente algún investigador se los habrá encontrado en sus tareas y nos haya contado, en algún artículo muy erudito, publicado en una revista que leen cuatro personas, alguna gesta no sólo fascinante, quizá hilarante y a menudo digna de constar en el vademécum de cualquier fraile, sino que explica por qué algunos de nosotros estamos aquí, en la Orden, en Valladolid o en el vicariato de no sé dónde. Y ahí está la cosa: no hay nada, como decían los clásicos, que el tiempo no descubra. Pero a veces este mismo tiempo lo deja arrumbado en las páginas de una publicación. Y yo no lo llego a saber. Por el contrario, las ocurrencias, paridas, estupideces y, por qué no, alguna cosa inteligente, de los personajillos que rondan por nuestro mundo cotidiano, son glosadas hasta la saciedad en la prensa, y somos obligados, velis nolis, a saber qué dijo quién, por qué éste se casó con aquél y cuánto se ha gastado ella en bragas, lo cual es, en cierto modo, una imposición tan onerosa y de la que, por inimaginable, no tomamos conciencia. Propongo, pues, que los periódicos de cada día nos cuenten, a modo de noticia, las gestas cotidianas de los frailes dominicos de los siglos XIII a XX, y que la sección de sociedad pase a ocuparse exclusivamente de estas cosas, sobre todo de las que tengan gracia, ingenio o sean de tal máquina que a todo el mundo puedan ser de interés. ¿Que les parece que no le interesa a todo el mundo? ¿Acaso sí lo que ha dicho la ministra de peces y corales? Ése es el problema: estamos tan convencidos de lo cotidiano que no nos paramos a pensar cuánto nos ponen y cuánto nos quitan cada día.
En general, las cosas de la vida suelen ser algo más complicadas de lo que permite entrever el único libro que muchos han leído. Sí, alguno de mis lectores lo habrá adivinado: estoy pensando en nuestra flamante ministra de igualdad. Y ya estamos, dirá alguno, para una idea que hace avanzar la sociedad en determinados valores, siempre tienen que salir a criticarlo estos frailes pegados al pasado. Jejeje, cabe la posibilidad, pero cabe también justo la contraria, y es que la institucionalización de las cosas precisamente contribuya a la muerte de esa misma cosa. Es célebre la sentencia de Cicerón, que decía Timeo hominem unius libri. Quien no ha leído nada se parece más al que ha leído mucho que el que sólo ha leído un libro, pues éste último se aferra a las ideas de esa obra con fuerza, quizá porque son lo único que le propociona una cierta estabilidad en el fragor de la vida cotidiana. Nuestra ministra, aparte de decir una bobada detrás de otra (que nos salen carísimas, porque es probable que ella gane en un mes lo que yo en medio año), las dice a partir de una sola idea: la ideología patriarcal. Y es cierto que ese es un principio básico del feminismo, pero ni es el único ni puede uno quedarse sin más sólo con él y, al modo de un metafísico de la estricta observancia, dedicarse, desde tal atalaya, a dar mandobles a todo el mundo. No sé si se dan cuenta, pero las ideologías suelen acuñar algunos principios, pocos preferiblemente, para erigirlos en valor absoluto y utilizarlos como fulcro para mover el mundo. Y resulta que las cosas suelen ser un poco más complicadas. Y no basta con considerar que la mayoría de los hombres siguen en un contexto patriarcal (porque habrá que detallar eso un poco más) para justificar el propio salario. Ya sé que esto suena poco correcto, pero es que el imperio de la banalidad se nos come poco a poco, porque nos impide pensar por qué las cosas (omito conscientemente el verbo). Lo que demuestra esto es que basta hacer un cursillo de introducción a algo (en este caso al feminismo, pero puede aplicarse a la economía, a la política, la cultura, el arte...) para llegar a ser ministro, presidente o sabe Dios qué. Ah, pero es incorrecto políticamente decirlo
El otro día se celebró en Corias el traslado de los restos de algunos mártires recientemente declarados beatos. No hubo mucha presencia de público, aunque sí de crítica, positiva y constructiva, claro está, porque el acto, más allá de la parte notarial y forense, que es un tanto aburrida, fue interesante, ilustrativo y significativo. El ambiente de la iglesia fue cálido (humanamente) dentro de la frialdad del recinto, porque la iglesia de Corias, de fábrica absolutamente excepcional, es un sitio ideal para p
En estos días en que anda por aquí
Ayer se nos murió Fernando Soria, OP, o mejor, como dijo Justino, “se nos ha ido”. Estaba acostumbrado desde hace años a pasar de acá para allá, por los dos lados del espejo de la vida hasta que, finalmente, el corazón, que le resistió durante un montón de años contra todo pronóstico, se paró, quizá porque San José, de quien era devoto, decidió echarle un cable en el trance de debilidad de estos últimos días. La verdad es que se nos ha ido un abuelo que nos hacía los días más inspirados y más llenos de dulzura, pero me da la impresión de que hacía mucho que estaba dispuesto a irse y no sólo dispuesto, sino preparado, pues llevaba toda su vida velando armas. Hace un par de días, en uno de esos paseos renqueantes que su gastado organismo todavía le permitía dar por las terrazas de San Gregorio, bromeaba yo con él y le decía que preparase bien su juicio, que buscase un buen abogado defensor. Y me respondió que tenía al mejor. Sin duda que tiene al mejor y no va con las manos vacías. A nosotros nos deja un poco más huérfanos, pero hay que dejar que la gente se vaya cuando tiene que irse. Dicho sea de paso, hace unos días se cumplió el aniversario de la muerte de su hermano Carlos, y recuerdo que aquel día (y así lo reflejé en el blog) algunos frailes estábamos viendo el episodio Heidi en el que ésta se reencuentra con su abuelo. Ayer, curiosidades del destino, Moisés y yo estuvimos un rato viendo Marco, el sueño que Marco tiene de que reencuentra a su madre mientras es feliz nadando en el mar. No hay casualidades, sólo encuentros y reencuentros.