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Blog Bitácora Véritas

Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
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29
May
2008
La filosofía desordenada
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Este articulillo que me han hecho llegar, a demás de ser simpático, es verdadero, sumamente verdadero: la filosofía ha sido hecha fácil (no importa si hablamos de Heidegger o del libro delta de la Metafísica de Aristóteles) por las dificultades de la burocracia y del sistema de méritos que alguien, desde no se sabe qué laboratorio del doctor Caligari, impone a diestro y siniestro. Pero eso no se da sólo en la filosofía ni sólo en el mundo universitario. Ayer leía en una revista algo acerca del desastre de Darfur, que es un sitio que aparece de vez en cuando en los medios, pero mucho menos que el careto de cualquier politicastro iletrado. Y la situación, además de ser una catástrofe humanitaria de dimensiones inauditas, es, según contaba este corresponsal, un pozo sin fondo de recursos “humanitarios” que se acaban quedando cuatro tíos (no necesariamente los jefazos matones de allá: en ocasiones son los que de acá van para allá). Uno, ante esta situación, se pregunta por el ser dela burocracia. Estáclaro que es necesario un cierto orden de actuación, pero cuando ese orden genera más desorden del orden que produce, o, como dicen los que manejan la teoría de la información, da lugar a más ruido que información, ¿no convendría repensar el modelo a escala global? A veces, la burocracia es, como decía Dostoievski de los abogados, una “conciencia alquilada”, que nos tranquiliza, porque obramos “según las normas”. Pero cuando la gente sigue cayendo como moscas en un país (Chad, Sudán o donde fuere), o cuando por no tener un papel o una póliza uno tiene que salir disparado de vuelta a la casa que ya no su casa, ¿no parece que el monstruo ha degenerado en el nuevo Moloch? El orden que genera desorden, además de una cosa oximorónica, asusta.

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27
May
2008
Cocinillas
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Las calderas, las bodegas y las salas de máquinas de los restaurantes de este país andan revueltas por las declaraciones de un  cocinero, que ha dicho, básicamente, que la cocina de vanguardia, tecnoemocional o cualquier otro epíteto ridículo que se le quiera aplicar, no es más que un bluf, una tomadura de pelo para ricos que no saben en qué gastar el dinero o cómo diferenciarse socialmente. Porque que lo que uno coma en esos restaurantes sea comida (más allá de la familia semántica y de que lo que uno come, por el hecho de ser comido, es comida) es algo que hay que probar, pero que es un elemento de diferenciación social fortísimo es algo que no admite crítica. No sé cuánta gente puede permitirse reservar una mesa en esos carísimos restaurantes, pero no demasiada. Hasta ahí no debería haber disenso. Frente a los intentos unificadores de otras instancias, hay que buscar peldaños que nos diferencien, y el “yo estuve (o estaré) allí” es un arma de primera magnitud (tú seguramente no estarás, ni ahí ni en la larguísima lista de espera que hay para escuchar a Wagner en Bayreuth). Me da en la nariz que lo que les ha dolido a los cocineros no es que este otro haya dicho que utilizan productos nocivos en su cocina. Eso es una chorrada que puede falsarse en cualquier momento: basta con que se coja un plato de cocina tecnoemocional y se lo analice. Punto. No hay más que hablar. No habrá fórmulas ni ingredientes secretos ni lesivos, seguro. Lo que duele es que, inopinadamente, salga uno de su misma quinta y les diga que eso es todo una parida que, sin la necesidad de estatus que generan nuestras sociedades, se cae en un puro instante. Porque, no se engañen, nadie va a comer a esos sitios. Ahí se va comido y se va a hacer un ejercicio semiótico. Y eso lo hacemos en las universidades y gratis, pero lo que es gratis (lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis) no sé por qué, se valora menos. Sólo el necio, decía el buen Machado, confunde valor y precio.

P.D: Alberto, muchísimas gracias por tu premio. Gracias a él he entrado en tu espléndido blog.

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24
May
2008
Neognósticos
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Anteayer hablaba con un colega y amigo filósofo que da clase en un lugar que no es propiamente filosófico. Y me comentaba cómo, una vez que se plantean temas propios de esta disciplina (qué básicamente pueden reducirse a las preguntas del porqué) todo el mundo entra al trapo como miura inquisitivo. Lo mismo decía Emilio G. Estébanez respecto a la teología: pones una clase de tal materia y no aparece nadie; ahora bien, si en las asignaturas de antropología, física cuántica, química orgánica o enología sale alguno de los temas que tocan a nuestra disciplina hasta el que se sienta en el extremo más oriental del aula quiere intervenir. Y no es porque todos sean expertos, sino porque el tema nos toca de lleno. El Aquinate afirmaba que la teología es la reflexión sobre Dios. Dios es el sujeto de la teología, el tema, y las demás cosas en cuanto se relacionan con él. Y a partir de este presupuesto, se puede (y se debe) habar de todo. Si las novelas de tantísimo éxito que pueblan los anaqueles de nuestras tristes librerías (y digo esto porque las pobres parece que cada venden menos, o no venden más que lo bien publicitado por fantásticas cadenas de transmisión propagandística) no tocasen el tema religioso, no hubieran vendido ni la mitad. ¿Por qué necesitamos, me pregunto, que haya siempre una explicación alternativa a la “oficial” y que, precisamente tal alternativa sea la verdadera? Tal cosa nos sucede en todos los ámbitos de la vida: las discursos políticos oficiales ocultan la verdad, las religiones (perdón, el cristianismo, porque las otras no tienen este problema) han ocultado las verdaderas personas de sus fundadores, las historias alternativas y conspiranoicas ganan terreno a las versiones habituales, etc. De este modo, la basílica de mi pueblo, que está dedicada a María Magdalena (como el pueblo ése de El Código Da Vinci) también debe encubrir un secreto que nuestro párroco, el bueno de Don Jesús, no quiere revelar, jajaja. Todos esos temas son, como los eones de los que hablaba Eugenio D’Ors, unas constantes a lo largo de la historia. Nestorianos y monofisitas, arrianos y docetistas se pegaban en el terreno teológico, volaban alto. De un tiempo a esta parte, un nuevo gnosticismo ha acampado en torno a nosotros. Nihil novum sub sole… Pero habrá que pensar, de nuevo, en por qué surge este interés ahora y si acaso se puede aprovechar.

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20
May
2008
Allen y Dostoievski
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Yo era feliz, pero no lo sabía… Si tuviera que elegir entre Dios (Cristo) y la verdad, elegiría a Dios (Cristo)… Son frases que Woody Allen pone en boca de algunos de sus personajes y a las que segurmante ya he hecho referencia en este rinconcillo. Hoy, por cuestiones que no vienen al caso, estaba leyendo a Dostoievski, concretamente “Demonios” y, para mi sorpresa, me las he encontrado allí, casi tal cual, así, a lo bruto. ¿Se hace bueno aquí aquello de que lo que no es cita es plagio? No sé. Pero desde luego, esto no quita un ápice de valor a Allen, y sí aumenta, si cabe, el aprecio que siento por el ruso. Porque uno es, en parte, aquellos árboles bajo los que se cobija, es decir, los gigantes sobre cuyos hombros se sube. Y a la inversa, uno es, en parte, los efectos que produce. Cuando un artista influye a otro, se suele decir que el primero es más que el segundo, y casi siempre suele ser a la inversa, que el que recoge el testigo es el que hace grande al primero. Cézanne influye en Picassso, pero es Picasso el que hace grande a Cézanne. Por eso, cada uno es un ser de lejanías, porque es de donde viene y es adonde va. Voy a seguir leyendo a Dostoievski, que tal cosa es ganancia segura.

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19
May
2008
Comisiones y delegados
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Un fraile de Aragón me decía el otro día una cosa que es muy cierta: cuando se quiere solucionar un tema se nombra un delegado; cuando, no, se nombra una comisión. En la Orden tuvimos la suerte de que una de las primeras comisiones que se formó estaba integrada por Alberto Magno y Tomás de Aquino. Pero de esas ya casi no quedan. El mundo político, religioso, institucional a todos los niveles, está integrado por comisiones que, salvo que haya uno que tire por ella, a modo de buey con las ideas más o menos claras, se empantanan a la primera de cambio por cuestiones de nombres, de aquellas que, salvo en cenáculos filosóficos, non est disputandum. Ayer ponían en la tele un documental sobre Perú y, según quien hablase, parecía que estábamos viendo no dos países distintos, sino dos galaxias habitadas por formas de vida completamente inconmensurables, tanto que lo que para unos era lo mejor, para otros era el principio del abismo (o un paso más adelante). Sin embargo, detrás de esos discursos había personas que vivían o morían, que salían adelante o eran aplastadas. Mas los líderes de opinión seguían echando sus soflamas erre que erre. Y a los del altiplano les daba más o menos igual lo que dijesen los de la costa, pero no las decisiones que tomasen (porque las decisiones son performativas, es decir, hacen cosas). Así pues, predicar, pienso yo, es olvidar la comisión (en la que se cumple aquello de quidquid movetur ab alio movetur, que es un principio aristotélico-tomista muy elevado y bien verdadero, que en las comisiones se traduce por “nada se hace si no lo hace otro”) y hacerse delegado.

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15
May
2008
¿Era Einstein extraterrestre?
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El que escribe uno de los editoriales de El País de hoy se revela como ciertamente breve en su comprensión. Nos recuerda la noticia que aparecía ayer, en la que Einstein, en una carta, hablaba de la religión en términos bastante peyorativos, como un residuo infantil de la humanidad. Ojalá fuera infantil, pero bueno. En el contexto einsteniano supongo que se referiría a lo mismo a lo que que se referían Freud y otros personajes. Pero lo cierto es que Einstein, en sus escritos públicos, siempre tuvo otra consideración hacia la religión, bastante más positiva. Cualquiera que estudie medianamente algo de teoría de la interpretación, sabe que esta carta, aun cuando fuese autentificada y llevase la firma inequívoca de Einstein, tendría poco valor. Muy pocos intérpretes la aceptarían como “expresión del pensamiento de Einstein”, que queda claro en sus documentos púiblicos. Porque, ¿cuál es la razón de dar más valor a una carta escrita quién sabe cuándo y por qué, en qué circunstancias, etc., que a lo públicamente dado? En cualquier caso, y aunque Einstein me dijese ello, a saber, que me dejase de pantomimas y piruetas (expresión combinada de Manuel Jesús Romero, OP) religiosas, a mí, personalmente, me traería al pairo con ventanas a la calle. Woody Allen, en Hannah y sus hermanas reflexiona que sobre las cuestiones vitales, Aristóteles no sabía más que él. Y de Einstein podría decirse, co todos los respetos, lo mismito. Su genialidad como físico no se traduce en su genialidad a otros ámbitos. Por lo mismo, nadie en su sano juicio cree que deba tratar a su esposa como Einstein trató a las suyas, porque madre del amor hermoso… Pero, insisto, me da igual. A mí se me plantearía un problema de envergadura, pero de a kilo, si mi madre me dijese: “esto de la religión es un timo”. Ahí sí. Pero que lo diga Einstein o que el astrónomo del Vaticano se pegue con la Iglesia Ortodoxa por si existen extraterrestres o no (cuestión que lleva planteándose la teología más años que ni sé, y no sólo los Renacentistas, sino los de hoy y sólo hay que buscar en revistas algo más especializadas que El País Semanal) ni me viene ni me va. Pero sí me indica que lo que sale del Vaticano (que para esta cuestión de opinar sobre si existen extraterrestres –hipótesis de base estadística– vale tanto el astrónomo del Vaticano como la señora que vende los sellos, por cierto, más baratos que en Roma) y las cuestiones religiosas, siempre y cuando no se impartan en una clase de teología, tienen público más que seguro. El sueño, ah el sueño, que sólo nos lo quite lo que lo merezca.

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13
May
2008
El mal "natural"
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A la vista de los desastres naturales de Birmania y de China, me ha venido a la mente recuperar algo que escribí hace un montón de años, en mi síntesis de teología, que versaba, precisamente, sobre el mal. Allí decía que cuando el mal se hace presente, Dios le sigue como pregunta teórica. ¿Qué hace Dios? ¿Por qué no lo evita? ¿Acaso no puede? Preguntas abiertas, sin respuesta. Los trágicos griegos, los filósofos, cualquiera que fuese, sea o haya de ser su escuela, sus creencias o sus orientaciones, los teólogos de todo tiempo y lugar, los científicos, los pensadores en general y el hombre de la calle se han interrogado, se interrogan sobre eso, y seguirán haciéndolo mientras el hombre sea hombre, especialmente cuando son presas de lo que se ha dado en llamar "experiencias límite". Las respuestas son totalmente diferentes en cada sistema de pensamiento y en cada conciencia. Para algunos, Dios y el mal son incompatibles. La existencia de cualquiera de los elementos de este dipolo implicaría sin más la no existencia del otro. Normalmente –así de crudas son las conclusiones nacidas de la desnuda experiencia–, así planteada la cuestión, es Dios quien queda fuera de la categoría de existencia. El mal triunfa. Pero no todos piensan así. Algunos dirán que el mal no existe. Si el hombre habla de algunas experiencias o situaciones como malas es porque su visión su comprensión o su mismo ser es deficiente. Algo le falta. Pero no. La vida de miles, de millones de hombres certifica que algo no marcha bien. Hay un "sustrato", un "no se qué" que impide que las cosas funcionen como nosotros creemos que deberían de funcionar. Por eso se vuelve a recurrir a Dios, bajo muy diferentes concepciones, eso sí. El imaginario cristiano está completamente saturado y, de cuando en vez, renacen en él imágenes paganas: para muchos este Dios es omnipotente, pero impotente ante el mal, por diversas razones; otros creen que este Dios tan poca cosa no nos sirve, porque deja que el mal le venza, y, para eso no necesitamos de él. Es difícil que, en un pensamiento humano moderado, que tenga incluso la idea de Dios, –el "Dios de los filósofos"–, la realidad del mal no sea un elemento de constante irritación y derrota intelectual.
Eso decía entonces, y eso sigo pensando hoy. Un terremoto (hecho naturalísimo) o un tifón (igual de natural) no nos deberían provocar más que reacciones puramente naturales. Un “vaya, hombre…”, o un “qué naturaleza esta, ¿verdad?” serían suficientes… Lo serían, pero no lo son. Por eso, el maldito mal, en vez de cargarse a Dios, lo pone en primer plano bajo la forma de un “por qué” irrespondible, pero inevitable. Al fin y al cabo, lo que nos inquieta es la pregunta eterna. La respuesta naturalista nos deja más fríos que la momia de Tutankamon.
 

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9
May
2008
Lewis
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C. S. Lewis, en una obra que se titula “¿Es la teología poesía?” afirma que lo que afirmamos desde el punto de vista del ser, “Dios se hizo hombre”, se traduce en el ámbito del conocimiento “el mito se hizo hecho”. La religión judeo-cristiana es una religión de hechos, de eventos. Y no hay por qué temer, desde esta óptica, que ya en los mitos prebíblicos se relaten cosas que luego pasan al cristianismo. Claro que hay esquemas míticos en los relatos bíblicos. Pero son esquemas que se aplican a personas de carne y hueso, es decir, devienen hechos. Por eso, el libro que nos cuenta los orígenes de la época apostólica es el de los “hechos” de los apóstoles, no los “mitos” de los apóstoles. Y esto no le quita ninguna fuerza al mito. Al contrario, le otorga un brío renovado. Es la pura, la puritita verdad la que se encarna en el mito, que se vuelve más de lo que era. A los que conocimos la figura de C. S. Lewis sobre todo por la espléndida película “Tierras de penumbra” (si alguien no la ha visto, en el juicio final le acusarán por ello, jejeje), en la que Anthony Hopkins borda un personaje que oscila entre la seguridad de la teoría y lo inestable de la vida cotidiana, nos resulta un placer literario y, por qué no, espiritual, leerle. Si no tienen nada que hacer este fin de semana, les pongo ante los ojos esta sugerencia: C. S. Lewis.

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7
May
2008
El prójimo, aunque no toque
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De repente, aparece una noticia que nos dice que los papeles del archivo, que son con los que se escribe la historia, son falsos, que han sido introducidos en el mismo a la chita callando. La historia escrita, así pues, si ya de por sí es interpretativa, resulta que yerra en su diana y nos cuenta una historia (valga la redundancia) que nunca fue tal. Si la sal se vuelve sosa… y si los papeles ya no son fiables… ¿qué nos queda? Al mismo tiempo, y de manera inopinada (en una columna que pasa casi desapercibida), resulta que hay más hielo en la Antártida que el año pasado. Pero, ¿no se estaba derritiendo todo? Todos los días nos ponen fotos dramáticas de glaciares que ya no son más que tristes y secas morrenas, en primera página. Todo dentro del paradigma de lo que toca, porque siempre toca algo. Con todo esto quería decir, por si alguien aún no se había percatado (yo mismo, sin ir más lejos) que lo que los medios cuentan no son más que las cosas que nos quieren contar, siempre dentro de unas constantes epocales. En esta época toca esto y en aquella otra lo otro. Hoy nos comentaba un fraile de Bolivia que allí existe la esclavitud, que cientos de miles de personas viven en auténtica situación de esclavitud. Pero eso “no toca” en los medios. Toca recordar la esclavitud en los algodonales americanos de hace dos siglos o uno, o veinte años, y reivindicar la dignidad de las víctimas. Y está bien que toque eso, pero la justicia inmanente, la de aquí, ya no puede hacer nada por ellas, mas que, supuestamente, devolverles la dignidad… a muchos que ni siquiera figuran en los registros (reléase la frase con la que empecé). Me gusta, de vez en cuando, encomendar a los pasados a la memoria divina y pensar que lo que la voluntad de Dios me pide es más presente: el prójimo, que es al que veo y no encuentro mediado por registros, aunque “no toque”.

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6
May
2008
Superstición y razón
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Hay un artículo en el NY Times que equipara la compra de un seguro de vuelo al sacrificio de un toro o de una cabra para conjurar al destino. La razón es un cierto temor supersticioso, que los psicólogos denominan el “lamento anticipado” y que básicamente consiste en que hacemos cosas por un “no vaya a ser que…” no lo haga y no sólo me muera, que eso no es lo malo, sino que me sienta como un estúpido, que parece ser peor. Todos hemos tenido en una ocasión un décimo de lotería en la mano (o una participación, más humilde) y hemos rechazado el ofrecimiento de cambiarlo por otro, “no vaya a ser que toque” y tengamos que berrear: “¡lo tuve en la mano!” Nuestra sociedad pasa por ser la más ilustrada de la historia, y puede ser que lo sea, pero el racional no es el comportamiento más habitual. Algunos, de hecho, tienen el raciocinio sin estrenar, porque se acogen a lo que se hace o a lo que se ha hecho. Y si es cierto que las tradiciones son indicios de seguridad, de que algo se ha mostrado exitoso en ciertos momentos, no es menos verdad que su carácter de inmutabilidad es completamente irracional. El cristianismo siempre ha sostenido que lo único inmutable es Dios, el santo. Lo demás no sólo es que sea mutable por estar sujeto al devenir, sino que la ausencia de cambio en lo mismo equivale a su defunción. Yo no suelo sacrificar cabras antes de subir al avión (alguien lo pedirá por razones culturales y veremos cómo se enfrentan a ello nuestros gestores de lo políticamente correcto), ni compro seguros de vuelo, pero seguro que, dentro de mi racionalidad (eso creo), hay infinidad de posturas irracionales. Sean bienvenidas, que no todo tiene que ser lógica en la vida.

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