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May2010Intelectuales de fin de semana
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May
Llevo unos días esperando a los intelectuales, suspirando por su aparición pública para quejarse por la situación incomparable que estamos viviendo. Sólo el déficit de poder adquisitivo de los pensionistas, por no hablar de el aumento casi seguro del número de parados que podemos temer, justificaría que los que gritaban no a la guerra, sí a la justicia, sí a los derechos de autor, no a aquello otro, saliesen al foro público a clamar. Sigo esperando que directores, actores, escritores y algunos que se llaman a sí mismos fusileros digan algo, pero no con la boca pequeña, sino con megáfonos, en las calles, a tiempo y a destiempo. Pero nada de nada. No sé por qué lo esperaba, quizá por ornato de la calle, porque si hay algo claro es que los intelectuales están (estamos, estáis) de adorno, en el mejor de los casos, y, en el peor, de sobra. Nunca supe cómo se daba el salto de escribir una novela o hacer una película a opinar sobre economía, moral, estética o mecánica cuántica. Sigo sin saberlo. Y más cuando los grandes intelectuales del siglo pasado han estado ligados a los movimientos más horrendos, ligados de corazón, no accidentalmente. Pienso en Heidegger y el nazismo o Sartre y el estalinismo. Por eso, cuando salen al foro público los intelectuales suelo pensar que lo que defienden no son las grandes causas (democracia, libertad, paz, igualdad, fraternidad…) que defendemos casi todos, sino que defiende/atacan otras causas más particulares, habitualmente las suyas. Esto no significa que no haya que debatir en el foro de las ideas las diversas posibilidades, soluciones y propuestas. Precisamente porque hay que debatir es por lo que hay que desconfiar de la voz lapidaria de los intelectuales. Parafraseando a Blas de Otero, que cada quien que pida la palabra la pueda tener.