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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor


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27
Abr
2010
In omnibus
4 comentarios

Claro que al leerlo (permítanme comenzar in medias res) me sonó raro: sí, seguramente haya algún teólogo del XVI que lo habrá dicho, pero la frase es de San Agustín. Sin duda, Lutero, como buen agustino, lo dijo alguna vez para tratar de defender sus posiciones. Pero la frase “in necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas” es del de Hipona. Y por eso, y retomo el inicio, me sonó raro leerla atribuida al renacentista en un artículo de hoy de Fernando Savater. No, si la atribución es, a veces lo de menos, como insistieron por activa y por pasiva los postestructuralistas, con Foucault y Barthes a la cabeza: ¿Qué importa quién habla? Parece que sí, que importa. Noticia de hoy es la obviedad de Stephen Hawking sobre los marcianos (que si vienen, a lo mejor son malos) y sólo es noticia porque es palabra de quien es. Por eso es importante la atribución. Nada ha desmentido más a Barthes y a Foucault que la contemporánea lucha por la autoría y los derechos de autor. Si Nietzsche, que es el primero en matar a la figura divina, viese cómo se defiende el autor en los tribunales, pensaría que se confundió en su diagnóstico de la muerte de Dios de cabo a rabo. Y es que no se puede renunciar a todo, no se puede estar creando cada día lo básico, sino que hay que saber de quién nos viene lo que nos viene. No es un problema de atribución, quizá sólo de que la cultura se ha vuelto tan informe que da lo mismo San Agustín que Lutero que el cardenal Newman.

 

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24
Abr
2010
La claridad de Leguina
2 comentarios

He leído hoy un artículo excelente de Joaquín Leguina en El País. Estaba esperándolo (no al autor, no ése artículo, sino esas palabras), porque no me gusta vivir a base de eslóganes, que son la marca no de un pensamiento débil (un pensamiento que toma conciencia de su contingencia), sino de la falta de pensamiento. Cogemos ideas, las vaciamos de su capacidad crítica y de su susceptibilidad de ser puestas en duda, las solidificamos y vivimos con ellas, haciéndolas inmunes a toda crítica. El siguiente paso es identificarnos con ellas hasta tal punto que, cuando se critican las ideas, consideramos que se nos critica a nosotros mismos. Bien, en esta batalla de eslóganes llevamos ya unos días a cuenta de Garzón sí, Garzón no. A este sí-no se le han añadido una serie de elementos parasitarios, algunos de los cuales se han colado de rondón, que han generado un cacao monumental en el que se ha obligado a todo el mundo a tomar partido o, lo que es lo mismo, se ha impedido que cada quien diga lo que le parece, pues el eslogan anula toda posibilidad de discrepancia: se lo toma o se lo deja, no se lo discute. No diré más. Creo que Leguina lo dice con total claridad.

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22
Abr
2010
Repensar las cosas
4 comentarios

Hay un buen artículo en el Washington Post, que me ha enviado mi amol Sudabee, respecto a cómo salir de todo este lío de la pederastia. La receta del escribano es clara y evangélica: quien quiera salvar su vida la perderá y quien la pierda por mí y por el evangelio la ganará. Es sencillo y nos recuerda algo que la misma Iglesia ha preconizado desde siempre: las instituciones nunca están por encima de las personas. Recuerdo una novela de Pérez Reverte, La piel del tambor, que me provocó un cierto shock cuando la leí, tiempo ha, porque retrataba muy bien dos caracteres opuestos de personajes. Uno era el cura de pueblo, dedicado a sus fieles, a sus tareas, a su fe, etc… y otro era el hombre de Iglesia, el enviado de Roma que, por encima de todo ponía la salud de la institución. La pregunta, en el fondo, es quién contribuye más a esta salud.

Hace unos días, una mujer escribía un artículo en el Wall Street Journal, en el que reclamaba más presencia femenina en los órganos de poder de la Iglesia (donde también los hay, ojo, poder, como en toda institución, por mucho que se los maquille o se los santifique: al fin y al cabo el poder humanum est). Esta columnista sostiene que la gerontocracia quizá no sea el modelo ideal de gobierno de la Iglesia (entre nosotros, los frailes, los que mandan son las generaciones más jóvenes, mas la institución eclesiástica, como casi todas, es, sin duda, gerontocrática), y sobre todo, que las mujeres tienen que entrar más o, dicho llanamente, entrar, no sólo cooperar (porque la potestad está ligada al sacramento del orden, y entonces ahí tenemos un problemilla). Y cita, al respecto, lo que le dijo una monja: que si una mujer estuviese al lado del obispo que movía a un cura, presunto abusador, de una parroquia a otra hubiese dicho algo así como “eh, espera un momento”. Sí, con todas las cautelas y lo que se quiera, pero es un momento privilegiado para repensar cosas.

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20
Abr
2010
Uno más del caos
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Sí, sí, así es: me ha tocado ser uno de los viajeros atascados por los laberintos del transporte europeo. Normalmente uno viaja de una vez, si acaso con una escala, por aquello del ahorro o de la imposibilidad de un viaje directo, pero minimizando las detenciones, para llegar al destino. Con el caos resultante del volcán y de tantísimos factores (porque aunque llamamos causa al volcán de nombre impronunciable, causas del follón son muchas más cosas), uno se vuelve consciente de que a veces, lo mejor (y lo único posible) es hacer el camino por etapas. Se trata de ir paso a paso, quizá como el personaje Alvin Straight, de la película, maravillosa (creo que alguna vez lo comenté) deDavidLynch, Una historia verdadera, aunque probablemente con no tanta detención. En todo caso, el ir paso a paso, de estación a estación, de embudo a embudo, de atasco a atasco, puede verse como el mayor engorro de todos los tiempos o como una oportunidad para otra cosa. A mí me tocó, como a millones, pasar tiempo en estaciones, comer cualquier cosa en cualquier momento y subir a autobuses a los que, en condiciones “normales”, no hubiera seguramente subido (simplemente porque son más caros, lentos e incómodos que el avión). Y al mismo tiempo, conocer a gente excepcional por el camino, compartir reflexiones (y al final, claro, intercambio de correos electrónicos, signo de nuestro tiempo). Pero no hago más que repetirme. En este momento tengo un cierto dolor de espalda y un cansancio considerable. Mas siempre que uno se mete en algo que, en principio, parece contradecir sus planes, puede verlo como un castigo o como una bendición, como una desgracia o como una oportunidad. Sé que esto no es universalizable (como casi nada en la vida). Pero a veces una mirada positiva sobre las cosas ayuda a que se arreglen “solas”.

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15
Abr
2010
La otra mejilla
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Cuando cogí el autobús no llevaba cambio, sólo un billete de 20 para el que el conductor no tenía vuelta.  ¿Qué hacemos? Baja a cambiar en la siguiente parada, que yo te espero. Deja la maleta aquí. ¡Qué fácil es facilitar la vida con sólo un poco de cesión! Perfectamente podría haberme dicho: lo siento, no tengo cambio, te bajas y subes al próximo cuando consigas monedas. Y yo lo hubiera entendido, porque entra dentro de lo esperable, y casi, de lo exigible. Simplemente el conductor no tenía obligación de hacer algo por mí (yo no tenía derecho a exigirle nada), mas lo hizo, sin  perjuicio de nadie (no hubo retraso alguno, ya que había viajeros subiendo, aunque, en teoría, podría haberlo habido). Cosas como éstas dan razones (para…). Me gusta que la gente trate de ser amable. Es un pequeño plus de la vida cotidiana que lubrica las relaciones sociales, las hace amables, fáciles, amenas. ¿Está escrito en algún sitio que las cosas tengan que ser constitutivamente difíciles? En absoluto. Pero, ah, al subir al tren, un señor nos contó a todos los del vagón su vida, milagros y demás intimidades mientras hablaba, durante 40 minutos por el móvil, como si estuviese en el salón de su casa. Y también hubo amabilidad, no por su parte (sabemos cuán cuesta arriba se hace soportar esa conversación torpedeando los oídos cuando uno trata de leer, dormir o simplemente estar), sino por parte de todos los viajeros, que cedieron (cedimos) parte de nuestro derecho (no sé cuál, quizá al silencio) simplemente para evitar una situación que se podía encanallar fácilmente. En fin, todos tenemos derechos y muchas veces entran en conflicto (seguramente 70 veces 7 al día). Y siempre, en ese conflicto, alguien tiene que ceder un ápice en la exigencia de la aplicación máxima de su derecho. En otra terminología, más sonora, se llamaba poner la otra mejilla. Eso hace la vida infinitamente más sabrosa.

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12
Abr
2010
¿Y si vamos paso a paso?
3 comentarios

Da gusto ver cómo los periódicos “progresistas” se han despachado a gusto con la Iglesia, con toda, con todo, de arriba, de abajo, del centro y de adentro, a raíz de los abusos sexuales. Da la impresión de que el ataque era previo y sólo ha encontrado la ocasión para hacerse público. Seguro que no basta con asumir la culpa, ni con tratar de poner los remedios que se pueda (que yo no sé cuáles son los que ellos proponen, pues sin duda, con cualquiera, quedarán eternamente insatisfechos y sedientos). No bastará. Como tampoco basta decir que, con todos sus defectos y pecados, es probable que la Iglesia haya sido la institución más transparente a este respecto. No lo digo yo, sino que, según Newsweek, lo dicen, además de grupos de defensa de la infancia, ¡las compañías de seguros! El problema no es que la Iglesia sea una institución pederasta (que no lo es), como algunos parecen derivar falazmente, sino que basta con que haya uno para que la Iglesia, institución que esos mismos consideran modelo de tiranía, no sepa muy bien cómo pararlo. Y cierto, aquí hay que asumir la culpa, poner remedio, pedir perdón y hacer todas las penitencias necesarias. Pero los enunciados universales, ya lo he dicho en varias ocasiones, sólo valen en lógica y matemáticas, ni siquiera en las ciencias empíricas. Vayamos paso a paso, hombre...

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11
Abr
2010
Apertura no analgésica
1 comentarios

Desde hace ya unos cuantos decenios, se ha impuesto en la filosofía la máxima de que vivir adecuadamente es aceptar ut talis el hecho dela muerte. Desdeeste modo de entender la vida, todo lo que hacemos (cultura, religión, saber, amor, familia, etc.) no son más que analgésicos que nos permiten “burlar” o afrontar ese destino terrible, aspirinas que nos tomamos para un dolor de cabeza que, todo lo más, se puede ocultar, pero no remediar. Así, vivir auténticamente, sería adelantarse a ese hecho y renunciar a los analgésicos, como el moribundo que no quiere que le emboten el ánimo o el fusilando que no acepta la venda sobre los ojos. Pero si le damos la vuelta a la consideración de esos analgésicos y, en vez de como embaucadores los vemos como lo que realmente constituye la existencia, es decir, en vez de verlos como medicinas los vemos como alimentos, la cosa cambia, porque se convierten en elementos constitutivos dela existencia. Puedeverse el aire (así reflexionaba Kant respecto a las estructuras cognitivas) como un obstáculo que, con su rozamiento, impide a la paloma volar libremente o, correctamente, como la condición de posibilidad de su vuelo. Así veo yo todas esas cosas que para muchos son analgésicos, como los constitutivos fundamentales de la vida, siempre abiertos no a un no-ser-ya más, sino, de lleno, al misterio. Es bien pascual esto, creo.

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9
Abr
2010
Abusos
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La que está cayendo es gorda y lo seguirá siendo, sin duda. Hay muchos intereses danzando en todo el follón que está en boca de todos los periodistas, la cuestión de los abusos sexuales por parte de curas, obispos y hasta cardenales…, porque los periódicos, además de buscar la vedad (ojalá) defienden intereses, que para eso se crearon. Ahora bien, eso no quita lo más mínimo de la responsabilidad de los abusadores. Mucho se ha escrito estos días sobre el tema. Algunos han llegado a afirmar que para los eclesiásticos, de puertas adentro, tal cosa sólo era un pecadillo, y no un delito. Eso es tan falso que no merece demasiado comentario. Lo que sí es cierto es que el fragor de la crisis parece que ha cegado a muchos de los mandamases, algunos de los cuales se han encastillado en posturas defensivas, al sentir atacada su fortaleza. ¡Qué excelente ocasión para hacer acto de contrición, donde fuere necesario, y para ofrecer una imagen de la Iglesia distinta a la que, en muchas ocasiones se da! Es buena ocasión para revisar protocolos, admisiones, vocaciones e infinidad de cosas más. Me han hecho llegar  desde los EE.UU esta “parodia”, de John Stewart, que pone sobre el tapete la mala imagen que con la actitud de huida hacia delante se ha dado. Habrá que espabilar, ser más evangélicos y además de confiar en la institución, hacer lo de Kennedy: no preguntarse qué puede hacer por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros por ella.

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3
Abr
2010
Sábado santo
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El sábado santo es un día extraño, un día de espera. Y por eso es extraño, porque creo que hemos olvidado esperar, yo a ves pienso que he olvidado cómo se espera. En castellano tenemos esas dos palabras de espera y esperanza, de la misma familia, pero con un significado tan diferente… La espera se nos antoja aburrida, angustiosa, seguramente porque la asociamos con la hipertecnificación del mundo (espera del autobús, espera en el aeropuerto...) y el exceso de burocracia para lo más nimio (espera matinal en la ventanilla de hacienda...). Y la esperanza, para muchos, es una banalidad que se enfrenta con un final que está escrito de antemano. Porque si bien es cierto que algunos pensadores acusan al cristianismo (y a la religión en general) de falta de autenticidad por dar escrito el final de la historia, no es menos cierto que, en su caso, incurren en lo mismo: para ellos el final está también determinado, y suele ser absurdo. En cualquier caso, con la espera y la esperanza se pueden hacer cosas. Gadamer hablaba del tiempo vacío, que hay que llenar. Y así uno hace por llenar un tiempo que se vuelve pesado e insoportable. Pero frente a él está la experiencia del tiempo lleno, el tiempo propio, rico, saludable, en fin, el tiempo de la fiesta, de la belleza, del rito… seguramente el tiempo de la espera y la esperanza, si se utiliza bien. Así, el sábado santo puede ser una masa temporal insoportable o, por el contrario, puede ser la celebración de una experiencia que se anticipa. Yo voy anticipando las felices pascuas.

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29
Mar
2010
Los diarios secretos de Wittgenstein
1 comentarios

Mientras el ordenador arranca y pone en ejecución todos los programas que necesita para su buen funcionamiento, aprovecho para leer los Diarios secretos de Wittgenstein. Cuando me canso de escribir o de leer, refresco la mente con otro repasillo a los mismos. Aunque ese título dé a entender otra cosa, son los diarios que Wittgenstein escribió mientras estaba destinado en un barco austríaco, como soldado enla I GuerraMundial, Vístula arriba y Vístula abajo. Aparte de contarnos sus cuitas con el resto de la tripulación y de andar persiguiendo algunos problemas filosóficos cuya solución considera que le ronda, manifiesta una actitud que no cabe calificar sino de espiritual. Buena parte de sus entradas terminan con invocaciones tales como “Dios esté conmigo”, “el Espíritu me asista”, “que Dios me proteja” y cosas semejantes que no consigo ver cómo pueden reducirse a otra cosa que lo que son, a saber, no una expresión de temor, no una actitud emotiva, sino fundamentalmente una apertura a una confianza básica que a uno le constituye, con la que “casi” nace o con la que, en un determinado momento de la vida, se encuentra. Es bien sabido que Wittgenstein es uno de los filósofos más reputados del siglo XX, en el que lo místico y lo espiritual tienen enorme cabida y le suscitan una enorme preocupación, ya que no piensa que sea tan fácil cepillarse ese mundo así porque sí. Con toda la que está cayendo en los comentarios acerca de celibato sí, celibato no (que sin duda hay que plantearlo, aunque, probablemente no como solución a nada), algún especialista hablaba, en la prensa, de los instintos que encuentran, tarde o temprano, su satisfacción. Eso me recuerda el celebérrimo argumento agustiniano del cor inquietum, tan caro a algunos pensadores de hoy. Seguramente lo de Wittgesntein tenga bastante que ver con esto.

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