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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor


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11
Jul
2010
Misiones de oro
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Y otro documental más sobre las misiones en el Perú. Excelente, como los anteriores, y un buen contrapeso a la cara más pública de lo eclesiástico en televisiones, diarios y suplementos. No me sorprende nada ver a Pablo Zabala en los sitios en los que nadie más va a ir, y en los que resulta incluso extraño, luciendo su hábito no para marcar distancias (ya ves, qué distancias se pueden marcar en medio de la selva) sino para facilitar el acceso. No hay lenguajes unívocos y cada gesto significa en función de muchas circunstancias, de modo que no es lo mismo el debate sobre los signos en Roma que en Madre de Dios. Asimismo, las altas discusiones teológicas y filosóficas, intensas en nuestro mundo occidental, se reducen a una serie de convicciones, las del samaritano del evangelio de hoy, en los contextos de pura necesidad. Seguro que aquí toca el debate sobre lo que quiera que estemos debatiendo, pero allí estaría fuera de lugar. A lo mejor, con una mentalidad más misionera (la que relata el documento, no otro significado que pueda tener esta palabra), cambiaban las cosas, pues, como decía el otro día (me parece), en el fondo todo es cuestión de valores. En este caso es claro: valoramos con locura el oro y10.000 kilómetroscuadrados de selva están echados a perder. ¿Qué sucedería si cambiásemos de raíz nuestro sistema de valores? Es casi imposible de imaginar.

 

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10
Jul
2010
Mercadillos
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Hoy es sábado, y (casi se puede poner detrás una subordinada, que parece una consecuencia necesaria) por tanto toca mercadillo. Pasaba esta mañana al lado del mismo, cuando lo montaban y aún no había gente. He vuelto a pasar al final de la misma y prácticamente estaba copado por gente mirando, comprando, quizá sólo paseando o pasando, como era mi caso. Lo que me llamó más la atención es la retórica de los vendedores. Que no soy experto en este mundo, como en casi nada, salta a la vista, pero me parece que lo que vendían hoy no debía ser demasiado distinto de lo que ofertaban el sábado pasado, mas algunos decía algo así como: hoy sí que traigo cosas bonitas (que no implica en absoluto que el sábado pasado no las trajese, sino simplemente lo que da a entender), date un capricho, 2 por 1€ o yo qué sé qué mas. La cuestión es que los vendedores alzaban su retórica para atraer al personal. Supongo que se podría estar allá bastante tiempo simplemente escuchando a estos artesanos de la palabra y viendo cómo convencen a quien pasa por su lado, de que a lo mejor lo que tienen en sus puestos merecela pena. Nosé si será muy bueno, pero el precio, desde luego, no es alto. No sé qué correlaciones se pueden sacar de estas dos afirmaciones más allá de los dichos populares que, a veces, aciertan. Pero el poder de la palabra no se puede subestimar y ahí es adonde quería llegar. Al final, siempre es una palabra la que nos lleva a un rostro.

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6
Jul
2010
Sobre la certeza
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Según dicen, en toda España la gente se está cociendo, pero aquí, en Asturias, nada de nada; al contrario, hace un fresquito la mar de agradable que, según cuentan, ha tenido como consecuencia que las reservas veraniegas en el norte sean casi tan elevadas como las de Canarias. Por supuesto que me creo y me fío de quienes me dicen que pasan calor –¿sería razonable no hacerlo?– pero mi primer criterio de certeza es que aquí hace bastante pelete y la noche agradece una mantita. Tengo certeza del fresco de aquí y certeza (menor) del calor de allá. Si alguien me habla de los rigores de Buenos Aires lo creeré, pero mis evidencias serán mínimas y me muevo sólo por “fiducia”. Esto mismo lo aplica Swinburne en su obra, de próxima publicación en San Esteban, “La existencia de Dios”: los grados de certeza van variando y, si bien uno puede engañarse, y de hecho se engaña en ocasiones, habitualmente consideramos que la propia experiencia es criterio de verdad. Si siento y percibo que en Asturias hace frío, creeré que en Asturias hace frío, con más razón que que en Valladolid hace calor. Por eso me llaman mucho la atención las experiencias particulares de “lo místico”, esas que conmueven y provocan una revolución personal ante la que todo lo demás parece paja.

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3
Jul
2010
El mercado de valores
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Basta con que uno abra un periódico, escuche la radio o lea las declaraciones de uno de los mandamases al uso, para que se dé cuenta de que el ámbito de lucha en laopinión es el ámbito del valor. Sí, del valor (quizá con mayúscula), que existe, y no sólo el valor de cambio medible en pesetas. El que le da origen. Porque todo el mundo trata de mostrar que esto o aquello realmente “vale” o “no vale”. Una reseña periodística de las declaraciones de no sé quién es un examen valorativo. Una plática en el ambón es una declaración de valores. Y un puño levantado es una propuesta de lo que vale. El valor, además, es siempre transitivo: lo que es valioso para mí, debería (condicional, aunque alguno los ponen en indicativo o en imperativo) valer para los otros. C. S. Lewis, en su obrita sobre Los milagros, se sorprendía de que los que niegan que existan valores morales se enfurezcan cuando atacan los valores de los otros y presenten que lo único valioso es defender que no existen los valores… o nos cuelen de rondón sus propias axiologías. Porque, como bien anota él, si estuviésemos en el ámbito de lo puramente subjetivo (esto vale para ti y esto para mí) comunicaríamos nuestras apreciaciones valorativas como comunicamos que me gusta el queso y las oiríamos conel interés con el que oímos al vecino decir que las aceitunas le desagradan. Sine ira et studio. Pero el emotivismo moral parece vencido antes de empezar. No es lo mismo proclamar que algo es valioso que decir que me gustan los aguacates. Suelo sospechar que quien defiende esta reducción de lo valioso a lo gustable, en el fondo sabe que en la lucha por ofrecer (y a veces imponer) valores es donde se juega la partida.

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29
Jun
2010
La incertidumbre
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Un artículo muy interesante en la edición en español del Wall Street Journal nos habla, a partir de la crisis económica, de la imprevisibilidad del futuro. La costumbre nos lleva a suponer que lo que ha pasado, lo que sido, volverá a pasar y a ser. La ciencia se presenta, aunque no lo sea, como determinista. La economía predice (aun cuando se equivoca) y la estadística nos dice lo que sucederá con un alto grado de probabilidad. Pero –y aquí está el quid de la cuestión– el que algo sea muy improbable no hace que sea imposible. El articulista pone un espléndido ejemplo: ¿cuál era la probabilidad de que dos aviones se estrellaran contra las Torres Gemelas en menos de una hora? Infinitesimal, seguramente despreciable en el cálculo de sucesos posibles, y mira tú por dónde. Por supuesto que los políticos, publicistas y demás gente que vive a golpe de encuestas se encuentran sobre su mesa con medias, modas y medianas para tomar decisiones que respondan al sentir de la opinión pública. Pero, luego, la realidad demuestra que la opinión pública no es tan compacta como parecía ser, de hecho, casi nunca lo es, en la medida en que nunca se oyen todas las voces y frecuentemente sólo las que gritan más alto o tienen un taburete mejor en el que subirse. Así pues, dado que la incertidumbre parece haberse instalado en nuestras vidas, ¿por qué no cambiarla por el riesgo? Siempre es preferible éste, que puede llevar a algo, mientras que aquella, casi por definición, es un acantonamiento angustioso en la espera de lo que pueda suceder. Quizá se estrellen dos aviones de nuevo, quizá se hundan las bolsas o quizá renazca la gripe porcina. Quizá. La incertidumbre es un estado que se puede cambiar por cualquier otra acción, aunque sea el pataleo. Es un comienzo.

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25
Jun
2010
Pregón de sustitución
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Hay determinadas funciones que han cambiado completamente en su sentido, hasta el punto de que algunas de ellas no puede cumplirlas nadie, mientras que otras puede cumplirlas cualquiera. Entre estas segundas hay una que me llama la atención: pregonero de las fiestas (especialmente de los pueblos, villas y conurbaciones donde más o menos todo el mundo sabe algo de todo el mundo). En mi pueblo han elegido como pregonero de las fiestas a un famoso exjugador de baloncesto, un tipo divertido, con el que yo me hice una foto cuando tenía 10 años y parecemos, obviamente, la i y el punto. Un tipo majo, ciertamente, pero que podría haber sido sustituido por cualquier otro de su nivel (entendiendo por nivel lo que se quiera: fama, presencia pública, desparpajo, qué más da). Una campaña en el Facebook trató de postular a una persona que no sólo hizo mucho por el pueblo, sino que es bien querido por la mayoría, pero, vaya, seguramente no daba el perfil de lo que querían los regidores municipales (por cierto, ¿alguien se ha parado a pensar la cantidad de arbitrariedades que se recogen en esa expresión “perfil”?). Este último, quizá por su carácter particular, y por sus características únicas, no hubiera podido ser sustituido por nadie. Si el jugador de baloncesto casca, por la razón que sea, podrá ser sustituido por cualquiera. En la sociedad en la que más se habla del respeto a la individualidad, cada vez se impone más un marco estandarizado en el que cualquiera es sustituible por casi cualquier otro. Y eso me lleva, en pleno verano, a recordar la peli “Qué bello es vivir”, uno de cuyos mensajes navideños es que cada quien es insustituible.Con este calor, y me viene a la mente un paisaje nevado...

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22
Jun
2010
The golden legend
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En el Babelia de este pasado fin de semana venían un par de artículos sobre un tema que me apasiona: las falsificaciones y malas atribuciones en el mundo del arte. Me resulta especialmente interesante porque nos aboca a cuestiones ontológicas, a cuestiones de qué es algo y, con ello, nos meten de lleno en innumerables ramas dela filosofía. Algunosde mis lectores dirán que estas cosas sólo nos interesan a los filósofos, mas diciendo eso no pueden estar más equivocados, porque a todo el mundo le interesa el qué. De hecho, basta con penetrar lo más mínimo en el contexto de cualquier discusión, por anodino que sea el tema, para percibir cómo uno y otro contendiente se dan, a modo goyesco, garrotazos ontológicos: es que lo que tú afirmas no es (tal o cual). Pensar en términos filosóficos no le hace a uno más listo, como pensar en términos estéticos no le hace a uno más guapo o en términos éticos, más bueno. Simplemente le permite ver la dificultad de las cosas que, en la actitud natural y cotidiana, parecen fáciles, evidentes e indiscutibles.

Pues bien, en ese mismo articulillo aparece citada una obra en inglés que curiosamente es de un dominico del siglo XIII que no hablaba inglés: The Golden Legend.  Quien redactó esta información debió de inspirarse simplemente en el catálogo de la exposición y no se percató de que esa leyenda dorada es la Legenda aurea de Santiago de la Vorágine, es decir, que no sabía muy bien de qué estaba hablando. Sospecho que en un periódico alemán nunca se les hubiese colado ese fallo extraño, porque lo que dice es correcto, pero evidencia un error que hubiese sido objeto de censura en un ámbito escolar. Y eso me lleva a la reflexión de lo inermes que estamos ante el inmenso caudal de noticias cuyo contenido sólo nos suena. ¿Qué sé yo si el periodista sabe de qué habla cuando especula sobre mercados financieros, los escándalos dela banca Ambrosianao la teoría de cuerdas? Luego no conviene tomarse tan en serio lo que, negro sobre blanco, tiene, ante todo, la urgencia de aparecer todos los días.

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19
Jun
2010
El sentido
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La pregunta por el sentido está de moda entre los filósofos… y entre la gente dela calle. Enlas conversaciones cotidianas todo el mundo se pregunta por qué sentido tiene un hecho, sobre todo si el luctuoso o desconcertante. Solemos pensar que  lo alegre, festivo tiene sentido por sí mismo y no remite más allá de sí. Pero no se da sin más esta tesis. El sentido parece que, en cuanto tal, apunta. En todo caso, ¿tiene sentido la vida? Un libro reciente de Susan Wolf, Meaning in life and why it matters, sostiene que el sentido no se identifica con la felicidad ni conla moralidad. Unavida puede ser moral y no tener sentido o puede ser feliz y carecer del mismo. El sentido, para ella, radica en el encuentro de la atracción subjetiva con el atractivo objetivo, es decir, en el compromiso amoroso con algo que es mayor que uno mismo, cuyo origen no está en uno mismo. Por supuesto que esto supone postular cierta objetividad en el valor. Pero eso implica afirmar también, que hay vidas infelices que tienen sentido y, a la inversa, vidas felizmente vividas que carecen por completo de sentido. Y, en apariencia, aun cuando todos aspiramos a la felicidad, ¿no estaremos más bien llamados al sentido? Me suena bastante al sermón de la montaña.

 

 

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17
Jun
2010
La palabra potente
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Y esa es la potencia de las palabras, que ponen paz donde antes sólo había desorden. A veces, basta con poner nombre a algo para desactivar su potencial destructor. Un niño preguntaba el otro día por qué había manchas blancas en el mar, y su madre le respondía que eran olas. Ella quedó satisfecha. Pero el niño, tras un instante de reflexión, volvió a la carga. ¿Por qué hay olas? Porque es el mar. Una palabra nos lleva a otra y sólo a los que habitamos el lenguaje nos tranquiliza esa verborrea, pero los niños, que aún se están estrenando, buscan el porqué más allá de las palabras. Hay que orear los vocablos de vez en cuando, porque a fuerza de usarlos se vuelven rancios y no dicen nada. ¿Significa eso que hay que dejar de hablar? No, por Dios. Si el cristianismo es la religión del Verbo, de la palabra que se hace carne, acción, obra. Algunos filósofos insisten gustosamente en que debajo de toda apariencia de bondad siempre late la maldad, el desconcierto, el desorden yla destrucción. Perfectamentepuede darse la vuelta a este argumento, y defender que, en el fondo, todo es bondad, porque, como decía el Aquinate, siguiendo a Agustín, sólo el bien es sustancial, porque procede de Dios. Sí, ya sé que este discurso puede ser puesto en entredicho por un dolor de muelas, pero en el fondo estas cuestiones de principio sólo se deciden por asunciones de principio. Si uno opta por la bondad del mundo, estará en disposición de hacerlo bueno y de decir que lo es, que lo será y que lo ha de ser. Seguramente.

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16
Jun
2010
Despido objetivo
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A veces, en lugar de crear problemas, parece que el gobierno los soluciona. Pero, en realidad, a la gente de a pie estas soluciones le sirven de poco. Cualquiera que vaya siguiendo el siniestro cariz de los acontecimientos consuetudinarios se dará cuenta del próximo sintagma que nos van a colar. Ya hemos oído “la desaceleración acelerada”, los “brotes verdes” y una serie de palabras que se han juntado precisamente para que no tengan referencia alguna, pura sofistería, vamos. El que viene es el “despido objetivo”, del que se hacen eco todos los medios. Desde hace varios siglos, los filósofos llevan pegándose por tratar de encontrar una definición que les satisfaga, siquiera mínimamente, sobre a qué es lo objetivo. Hasta los que reflexionan sobre la ciencia, que parece lo más objetivo, a falta de ulteriores análisis, tratan este asunto con pies de plomo, porque saben que, de forzar mucho sus exigencias, se van a quedar como los sindicatos en España, in puris naturalibus. Pues bien, la política es lo que tiene, que, al igual que la ignorancia, es sumamente atrevida, y ya ha dado con la buscada definición de objetividad, que ha de durar al menos 1000 años: la objetiva es la causa que lleva al despido por causas económicas, luego lo objetivo es lo económico. Así, por unos senderos bastante retorcidos, los socialistas en el poder han llegado a reconciliarse con sus orígenes marxistas, lo cual estoy más que seguro que les habrá causado no poca sorpresa. Así, si uno tiene sensación de hambre, tal cosa es subjetiva, porque no puede ser universalmente comunicable. Si le duelen las muelas, si sus hijos le piden pan, o si le apetece llevar velo o crucifijo estará en el ámbito de lo subjetivo, es decir, lo que vale sólo para uno mismo. Y esto, claro, por la muerte del sujeto de la que hablábamos hace un par de días, lleva a que hay que callarlo. Lo objetivo, finalmente, ha quedado desvelado.La pasta. Elresto de la vida, reducido al reducto de lo, finalmente, me temo, prescindible.

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