21
Ago2011Y hasta Río (quien vaya a ir)
3 comentarios
Ago
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor
Estoy pasando más tiempo de lo esperado en Madrid con motivo de la JMJ. La prensa cuenta versiones bien diferentes según lo que se lea. La mía es sencilla. Infinidad de gente joven, tanta como yo nunca había visto nunca, que van cantando en el metro, por la calle, felices como el que más. Hay uno que viste al estilo punk y que ya se ha hecho famoso en todos los periódicos. Si se les quitan las camisetas de la JMJ (distintas según de dónde procedan o que familia religiosa) pasan por jóvenes normales y corrientes, que es lo que son. No encajan, no obstante, con la idea que habitualmente nos dan los que manejan los eslóganes breves y concisos (para que puedan propagarse como “memes” memos) de gente triste, recoleta y hasta un poco tonta. Nada de eso, lo puedo asegurar, como pude ver ayer en la fiesta OP. No sé si habrá gente más feliz que estos jóvenes cristianos. Palabra.
Antes de que caigan las lágrimas de San Lorenzo, el cielo se ha vuelto gris y el bochornazo preludia una tormenta mientras en la red, a cuenta de la visita del Papa, se cuenta de todo, todito. Alguien el otro día, no recuerdo en qué periódico o foro, decía algo así como que “la ciencia” (sic, esto sí es literal) ha demostrado que los ateos son más inteligentes que los creyentes. Vuelve por otra, si quieres. “La ciencia” es oráculo de Delfos (o de Matrix) que es como una señora vieja que vive en el segundo izquierda, rodeada de gatos, y que habla de vez en cuando. No sé a qué se refería el “comentador”, si a la neurología, al cálculo, a la teoría de cuerdas, a la química orgánica o al encaje de bolillos, aunque sospecho (en su favor) que habría leído algún estudio de estos que establecen correlaciones entre cosas y, normalmente, no pasan de ahí. De hecho, por estudios que no quede. Desde Comte en adelante se ha asociado pensamiento religioso con pensamiento “primitivo”. Aunque este término está cada vez más en desuso, los antropólogos no han abandonado, en general, la creencia de que la religión es básicamente irracional, por anticientífica, idea que han abonado las corrientes marxistas, psicoanalíticas, etc. (que, independientemente de la verdad que proporcionen tienen los mismos méritos para llamarse “ciencia” que Grecia para mantenerse en el Euro, según dicen). La idea es que una persona culta, que viva en un mundo en el que la ciencia tiene la última palabra, no puede ser religiosa, salvo dolo, engaño o incapacidad transitoria (por lo que habría, seguramente, que prohibirle conducir, me imagino).
Frente a esta afirmación, los datos empíricos (en sentido tan lato como se quiera) van en otra dirección (cf. L. Iannaccone, R. Stark and R. Finke, “Rationality and the ‘religious mind’”, Economic Inquiry XXXVI (1998) 373-389) : si bien los científicos y los profesores norteamericanos son menos religiosos que la población en general, la proporción es semejante a la que se asocia con otros rasgos demográficos, como el sexo o la raza (y no se suele hacer un gran caso de que los semitas sean más o menos religiosos que los caucásicos o los etíopes). Pero lo curioso ?y quizá el dato realmente significativo? es que los profesionales de las ciencias “duras” son más religiosos por término medio que los profesionales de las humanidades o las ciencias sociales (sobre todo psicólogos y antropólogos, es decir, los que están más en relación con la tesis de la “mente primitiva”), cuyas disciplinas se apoyan mucho más en datos no comprobables empíricamente (en cierto modo en “competición” con las afirmaciones religiosas).
En realidad, a mí me convence más la autoridad de los sabios. Preguntado por la compatibilidad entre la teoría de la evolución y la creencia religiosa, Stephen Jay Gould respondió: “o bien la mitad de mis colegas son enormemente estúpidos, o la ciencia del darwinismo es totalmente compatible con las creencias religiosas convencionales, e igualmente compatible con el ateísmo, lo que prueba que los dos grandes reinos de la factualidad de la naturaleza y de la fuente de la moralidad humana no se solapan”. O Thomas Nagel: “quiero que el ateísmo sea verdadero y me inquieta el hecho de que algunas de las personas más inteligentes y bien informadas que conozco sean creyentes religiosos”. Como se ve, listos, tontos y de media talla hay en todas partes… y no es la creencia religiosa lo que nos distingue (como sucede en muchos otros ámbitos de la vida).
Oh, qué largo me ha salido esto. No se volverá a repetir.
Para pasar bien el veranillo este, mientras salgo a dar paseos colesterolíticos, escucho en un mp3 que tengo un curso de la universidad de Yale sobre la muerte. La culpa de que escuche estas cosas la tiene un experto en duelos y quebrantos que vive en el convento de El Olivar,de Madrid. Él sabrá por qué. Se trata de veinte lecciones, más o menos, de un curso regular de la universidad, en las que el profesor debate la existencia del alma, el problema de la identidad personal, cuándo uno llega/deja de ser una persona, etc. Metafísica, básicamente. Es un curso muy interesante, un profesor honesto que muestra sus convicciones y expresa sus dudas. Pero eso no hace al caso. Resulta que mi mp3, cuando lo apago, no conserva el punto en el que se detuvo cuando se desconectó. Sólo se puede escuchar desde el inicio de la pista, es decir, mi paseo dura lo que dura la lección de ese día. Y si algún día, por lo que sea, no pude escuchar la lección entera, vengo a casa y enchufo el chisme al ordenador para oír el final de la misma. Enchufo, se abre el itunes y en cuanto acaba la lección del día, salta (por azar, claro está, es decir, por razones de ortografía, numeración, o sabe Dios por qué algoritmo del programa) una de las piezas que tengo ahí almacenadas: Ecce quomodo moritur justus de Jacobus Gallus. Y, de repente (sobre todo el primer día), todo cobra sentido ¿Por azar? Bueno, pues será azar que justo cuando acabo de escuchar la lección tenga la respuesta.
Transcribía hace unos instantes la primera formulación del argumento ontológico que San Anselmo hace en el capítulo 2 del Proslogion para ese libro que está in fieri y a punto de terminarse, si Dios quiere y julio lo permite, y me ha asaltado, como una sombra, el pensamiento de la potencia de este argumento. No, no se trata de que pruebe o deje de probar. Innumerables pensadores de primerísima línea lo han aceptado e innumerables pensadores de exactamente el mismo nivel lo han rechazado (y no cabe esperar reconciliación final al respecto, lo cual nos da una cierta idea de los límites de la razón). De lo que se trata es de la difusión del mismo. San Anselmo lo elabora en el siglo XI, en su abadía, en el contexto de una oración, destinado a sus monjes. Y el argumento se extiende por toda Europa. ¿Qué tiene de raro? Nada..., en el siglo XXI, donde la última declaración de Belén Esteban llega a los pasillos de los centros de investigación en un par de segundos. En el siglo XI tuvo que haber calado bien profundamente para que comenzase su periplo por las universidades y fuese considerado en todos los grandes centros de estudio. A lo mejor va a resultar que en el medievo se estudiaban cosas que, en cierto modo, se imponían por sus propios méritos… Ni los pedagogos ni los políticos ni la tele decidían que se estudiaba en París y ni el Papa impedir el estudio del aristotelismo. Pruebe o no, vaya si da que pensar.
Me he encontrado con este vídeo divertidísimo en el que, en una broma de cámara oculta, un supuesto Jesús (un tanto kitsch y despelurciado), que lleva una cruz al pecho (lo cual ya delataría la cosa) convierte el agua de una fuente en vino. Las caras son un poema. Me imagino que un porcentaje cada vez más grande de la población no sería capaz de pillar la broma, precisamente porque no pueden referirlo al hecho al que hace referencia. La sorpresa de que salga vino de la fuente no viene dada porque salga vino de la fuente, sino porque parece que un tal Jesús se ha dejado caer por allá y uno es capaz de imaginar que las bodas de Caná tienen lugar en sus mismas narices. Obviamente, la situación es ridícula: Jesús paseándose por la calle y haciendo milagros de todo a cien (de esos que aparecen en los apócrifos para deleite de la imaginación de los oyentes), pero para que seatal, divertida para los que estamos a este lado del monitor y sorprendente para las víctimas del montaje, es necesario poder leer más que lo representado en la escena. Cuanto menos conozcamos de nuestra historia, más oportunidades perderemos -también- de disfrutar y divertirnos.